2 de mayo de 2024, 4:00 AM
2 de mayo de 2024, 4:00 AM

​¿Cuáles son las principales cuestiones económicas de una sociedad?

Aunque las pistas apuntarían a pobreza, desempleo o inflación, en una de las primeras clases de economía nos enseñan que se sintetizan en qué producir, cómo producir, y para quién producir.

Estas cuestiones han moldeado la discusión social contemporánea.

Qué producir: ¿Alimentos, recursos naturales, bienes de consumo, bienes exportables?

Cómo producir: ¿Con empresas públicas, privadas, mixtas? ¿Con qué enfoques?

Para quién producir: ¿Todos, los pobres, el extranjero? ¿Para beneficiar a nacionales, extranjeros o el sector público?

Estas tres preguntas se han resuelto usualmente de tres formas: las costumbres, el Estado y el mercado.

Si son las costumbres, se producirá lo tradicional, como siempre se lo ha hecho y para quienes siempre lo han recibido. Es la fuerza de la tradición, que la vemos esencialmente en los núcleos familiares o en grupos ligados culturalmente.

Si es el Estado, éste decide qué se producirá según su sistema de planificación central, cómo será el método de producción y analizará a quiénes se les destinarán los bienes y servicios. Es lo que se hacía en países socialistas y continúa haciéndose en Corea del Norte o Cuba.

Si es el mercado, son los “votos monetarios” de las personas las que deciden qué se debería producir en función a sus preferencias, la forma de producir la deciden las empresas para ser lo más eficientes y estos bienes y servicios se destinan a quienes ofrecen trabajo y capital para producir. Lo vemos plenamente en Singapur o Taiwán.

En la práctica conviven estos tres sistemas con mayor o menor énfasis según las preferencias políticas de las personas o, si es el caso, acorde a los caprichos autocráticos.

¿Cuál es mejor?

Para la respuesta me viene a la mente como (imperfecta) analogía el cuidado de la salud: puede ser usando medicina tradicional (costumbres), la elección privada por un medicamento (mercado) o la provisión pública (Estado).

No hay contradicción entre sí como no lo son un mate medicinal, un jarabe comprado particularmente o una vacuna provista por el Estado. Lo fundamental es que la combinación sea adecuada y en la cantidad correcta.

Las costumbres se limitan a núcleos familiares o grupos culturales y son limitativas para su crecimiento, el cual puede ser incluso contraproducente para éstos.

La provisión estatal requiere de una capacidad institucional que en general es difícil de poseer, pero en algunas ocasiones no se puede prescindir.

Por ejemplo, si se quisiera tener buena regulación en los mercados, se necesitarían expertos en organización industrial, la rama económica que estudia “la estructura, el funcionamiento y el comportamiento de los mercados y las empresas, con el objetivo de entender las dinámicas de competencia, la formación de precios, las estrategias empresariales y las regulaciones del mercado, para mejorar la eficiencia económica y el bienestar del consumidor” (ChatGPT).

Y estos especialistas con experiencia son pocos en nuestros países. Por eso tenemos malas regulaciones, normas erróneas y políticas esquivas en estos lados. Es difícil regular bien lo que no se conoce o en lo que no se tiene experiencia.

Aun así, hay otros sectores clave que requieren de buenos servidores públicos en ámbitos de seguridad ciudadana (interna y externa), administración de justicia, banca central o provisión de bienes sociales. Pero sin buena institucionalidad, también serán desfavorables.

¿Cuánto de liberalismo o de socialismo debe adoptar un país? Depende del sistema político. Lo ideal es que no esté fuera del realismo para no llegar a utopías insostenibles.

Tal vez frente a las visiones extremas, la realidad exige ese “liberalismo igualitario” o “progresista” propugnado por Andrés Velasco (decano en la Escuela de Economía de Londres), que en su persona encarna esa visión: exministro del primer mandato de Michelle Bachelet (socialista) y coautor de Federico Sturzenegger, asesor principal de Javier Milei (libertario).

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