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9 de junio de 2018, 4:00 AM
9 de junio de 2018, 4:00 AM

Esta tierra, la boliviana, ha girado su existencia en torno a milagros que solamente la naturaleza es capaz de obrar, como bendiciones que caen de Dios y su misterio. ¿No está Bolivia honrada por la naturaleza, su madrina de siempre?

¿Hay una causa económica para que exista este país –desventurado y risueño– que habitamos? Sí, hay una causa, se llama minería. Aquella montaña de plata en cuyo seno habitan, como almas en pena, las historias de lo que fuera un día una de las ciudades más importantes del mundo, fue una de las razones fundamentales para que se creara una jurisdicción que se iba a llamar Audiencia de Charcas. Esa montaña, aunque guarda por siempre la gloria de lo que fue y mantiene el encanto de lo que representa, ya no es más que arena rojiza que se vuela con el viento y los años.

Los complejos mineros de plata, esos socavones que fueran el sostén nacional en el siglo XIX, no son sino una extensión de lo que en términos de economía general fue el Cerro de Potosí. Incluso la minería del estaño, que cambió radicalmente la política interna del país, debe ser leída como una constante histórica uniforme desde la explotación de plata.

Cuando la entraña de los cerros se había resignado a seguir proveyendo riqueza a los hombres que la perforaban y desgarraban despiadadamente con taladros y cinceles, llegó a reemplazar a la antigua bendición una nueva: los hidrocarburos, también metidos en la médula de la tierra, tan porfiada en no entregar al hombre lo que es de ella. Además, hablando ya de política, se instituyeron medidas históricas que cayeron como anillo al dedo: la mirada al oriente, tan pródigo como bienaventurado; la mirada a las selvas virginales que aún no habían dado lo que tenían que dar.

El desarrollo meteórico de Santa Cruz, entonces, comenzó a producirse. Ya no era el altiplano gris, sino la llanura verde lo que tenía que revitalizar al país. Porque esta patria es tan rica y tan diversa que el que no encuentra en las tierras bajas el futuro de su nación abigarrada, es un corto de vista. ¿Qué auguran, si no, las carreteras que tiene Santa Cruz?, ¿qué los edificios y construcciones que rasgan las nubes y el cielo bajo?, ¿qué los automóviles que corren por sus avenidas y las fábricas y hoteles que se han erigido en sus alrededores? El ímpetu de la ciudad es vibrante y estremecedor, tanto que cuando uno está en ella se siente en el centro del movimiento.

Santa Cruz debe ser un punto de cohesión nacional. Estoy seguro de que la nueva doctrina que se ponga en práctica en Bolivia ha de estar ahora formulada sobre las bases de lo que representan las finanzas que se manejan allí. El altiplano cumplió una función histórica; le toca al oriente. Si el occidente manejó la política, que las llanuras selváticas impulsen la economía de este fascinante país hasta convertirlo en una potencia latinoamericana. Hay una gran tarea pendiente.

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