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10 de abril de 2019, 4:00 AM
10 de abril de 2019, 4:00 AM

La discusión pública en estas semanas ha girado en torno al incremento salarial. En el intercambio de criterios surgen diversas propuestas, que van desde la posición de preservar el poder de compra del salario hasta aumentos desproporcionados de dos dígitos.

Además de ser una discusión falsamente polarizada entre quienes en la realidad se complementan, empresarios y empleados, no apunta a la cuestión principal. Se trata de analizar cuál es la remuneración adecuada y cómo debe ser fijada desde la perspectiva técnica.

El análisis económico convencional apunta a que el salario debe estar en función al aporte del trabajador a la empresa. Por ejemplo, si consideramos contratar a un empleado que aporta Bs 3.000 a la empresa al mes, la empresa puede destinar una parte de dicho monto al salario, puesto que el restante servirá para cubrir los costos de operación asociados al nuevo empleo, incluyendo la remuneración al capital.

Por tanto, trabajadores más productivos que sus pares deberían recibir una compensación más alta para incentivar este comportamiento. Una prescripción es que educación de calidad y centrada en habilidades, es la vía correcta y con sentido social de mejorar salarios.

Es importante notar que, si un empresario mejora sus equipos o invierte en nueva maquinaria, implica claramente un alza de la productividad tanto del trabajador como también del capital. Esto derivará en mayor nivel de producción y de ventas a la empresa y, como corresponde, una mayor remuneración al capital invertido y, en menor medida, al trabajo.

La productividad del trabajador y del capital están estrechamente relacionadas. El empresario deberá evaluar si corresponde o no incrementar su capital invertido en función a los criterios técnicos de rentabilidad; y deberá hacer lo propio en el caso de la contratación de más trabajadores.

Desafortunadamente, varios elementos impiden que este razonamiento técnico pueda implicar mejores condiciones para empleador y empleado.

Por una parte, está la legislación laboral obsoleta, porque data de antes de la 2ª guerra mundial, y anacrónica, porque está a contramano con una época de cambio tecnológico y de innovación. Por otra, múltiples regulaciones dificultan la posibilidad de invertir y de producir, puesto que reflejan buenas intenciones, pero una baja capacidad de conseguir el bien común.

Ambas constituyen barreras para la creación y sostenibilidad de empresas formales, como también de empleos dignos con la seguridad social e industrial del caso.

Lo preocupante de esto es que se crea un “mimetismo isomorfo” en el ecosistema de las empresas. Es decir, una figura que tiene aspiraciones correctas y la apariencia de ser un sistema efectivo de protección al empleo y al emprendimiento, pero que en la práctica no cubre a quienes debería hacerlo. Su resultado se resume, en una palabra, en informalidad.

Mientras el mundo avanza sin pausa, no se crean las oportunidades suficientes para nuevas empresas y, por ende, creación de empleos, que implican más crecimiento.

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