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5 de julio de 2018, 4:00 AM
5 de julio de 2018, 4:00 AM

De un tiempo a esta parte, las redes sociales se han convertido en un escenario privilegiado de disputa política, pues ocupan el lugar central en el debate discursivo y simbólico. El tiempo de la narración política y los grandes relatos argumentativos han sido sustituidos o superados por el mensaje corto, directo, creativo y satírico. La proliferación de mensajes y memes alrededor de los acontecimientos políticos coyunturales, ya sea el banderazo, la crítica a la nueva casa presidencial, el museo de Orinoca, el viaje del presidente a Rusia, las neuronas del vicepresidente e incluso las derrotas futbolísticas ligadas a la política nacional, no interesa si son triviales o profundamente reflexivas, verdades o mentiras, en el fondo van tejiendo posiciones discursivas ciertamente irreconciliables que han generado un escenario de confrontación, poniendo en el centro del debate la democracia. Si bien esta lucha se expresa también en otros espacios, como los medios convencionales, los cafés o las calles, se visibiliza con mucha claridad en las redes sociales. 

Este escenario ha sido calificado por muchos como de polarización. No obstante, la polarización implica -como su nombre lo indica- la presencia de dos polos con capacidad de atracción y retracción mutua, es decir, son fuerzas que entran en disputa en condiciones en que no hay claridad sobre los resultados.

Cuando se inició el Gobierno de Evo Morales en enero de 2006, asistimos durante los primeros años de gobierno, evidentemente, a un proceso de polarización de fuerzas, un empate catastrófico como calificó en su momento el vicepresidente del Estado, retomando el concepto gramsciano en que las fuerzas en pugna se encontraban en una situación de equilibrio e indefinición. Por una parte aquellas alineadas al proceso de cambio, junto al flamante Gobierno de Morales respaldado por los ‘movimientos sociales’ y, por otro, a las fuerzas agrupadas en la denominada ‘media luna’ alrededor de los movimientos cívicos, prefecturas y algunos partidos opositores que gravitaban en el entonces Congreso Nacional y cuyo punto culminante fue la Asamblea Constituyente, porque en ella se discutieron distintos proyectos de país.

En el momento actual, la noción de polarización ha retornado al lenguaje político, se suele afirmar que el 21-F ha partido las aguas entre quienes defienden la institucionalidad democrática ante el irrespeto al voto expresado en las urnas y la vulneración de la Constitución; y, por otro, los partidarios de la repostulación presidencial -pese a quien pese- que priorizan una visión de la democracia ligada al liderazgo histórico y la voluntad de las bases que proclaman al presidente. Pero en el momento actual, si bien persiste el sujeto estatal cuyas bases sociales son básicamente campesinas, a pesar de que su composición general ha cambiado y es más ambigua; el otro ‘polo’ está constituido por una ciudadanía activa en las redes sociales y en plataformas muy diversas, y unida básicamente por el rechazo a la arbitrariedad, a la vulneración de derechos y a la repostulación, pero además de esta posición clara de rechazo, no contiene un proyecto político alternativo ni un liderazgo, tampoco un sujeto articulado; en realidad se trata de un sujeto fragmentado, pero peligrosamente conectado y con una gran capacidad de denuncia, expresión y creatividad, al que se le declaró una guerra digital: un  disparo a ciegas a una inmensa nube gris que contiene millones de gotas de agua y a la vez, ninguna. 

Por tanto, se trata de una polarización forzada, intensificada por los discursos y los memes, exaltada por una realidad virtual que ha comenzado a convertirse cada vez más en una amenaza real.

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