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3 de marzo de 2019, 4:00 AM
3 de marzo de 2019, 4:00 AM

El ex parlamentario, ex rector, y varios otros ex, creo, Jerjes Justiniano T., ha encontrado una manera segura y certera de convertirse en el centro de la atención, gracias al apasionado discurso de homenaje que dedica al actual alcalde cruceño.

En un trozo de unos dos minutos de duración, donde destaca su profundo agradecimiento personal al jefe del municipio, desgrana su propia reflexión sobre cuáles son las razones por las que “no censuramos a Percy” todas las veces que, en medio de públicos numerosos y cámaras en acción, sus ávidas manos han avanzado sobre muslos, rodillas o lo que esté más cerca, y sus labios se han impuesto sobre la voluntad de mujeres que desatan su antojo.

El ex rector, una de las figuras académicas más conocidas y populares del medio, cree que la impunidad y la indiferencia con que se reciben las múltiples agresiones del actual alcalde contra una ya larga cadena de mujeres, objeto de sus peculiares homenajes, se debe a que “los cambas somos así”, “nos identificamos con Percy”. Y lleva más lejos aún sus conclusiones: lo que pasa, dice, es que “todos quisiéramos hacer lo mismo”, pero no tendríamos los cojones, “el coraje”, dice, quien fuera cabeza de la Universidad y aspirante al puesto de gobernador y hasta de presidente del país.

La prueba que ofrece Justiniano sobre la fuerza y veracidad de sus hallazgos es que el objeto de su reivindicación y adulación ha sido reelegido seis veces, lo que constituiría un alarde de virtuosismo político y una exhibición del talento, casi prodigioso, de un hombre que ha sabido hallar, por medio de sus actos contra las mujeres, la más segura manera de conectarse con el pueblo.

El alcalde Percy poseería una llave que lo conecta con la naturaleza profunda e identidad de una colectividad, porque si bien sus acciones reflejarían en primera instancia a lo masculino, abarcan también al menos un plano inconsciente de las mujeres, ya que también constituyen una porción considerable de su leal electorado.

Existe alguna posibilidad que la intrepidez de este razonamiento vaya a difundirse más allá de nuestras fronteras, convirtiendo a su protagonista en una fugaz celebridad, porque no es habitual que alguien plantee las cosas con una franqueza tan desparpajada. En este momento solo se me ocurre el presidente filipino y, desde luego, el propio Donald Trump quien proclama –no en discursos públicos- la avasalladora fuerza que confiere el poder a los hombres ya que pueden manosear a las mujeres, inclusive con su beneplácito.

Así, las tesis del ex rector sobre el secreto de la impunidad y el no tan discreto encanto que permite ganar elecciones y salirse con la suya, pueden encontrar un eco favorable, para empezar, en el propio presidente del Estado, quien no se comporta exactamente como el alcalde, pero que expresa con frecuencia pensamientos afines, en tanto cree sinceramente en la inferioridad de las mujeres y, con ello, su presunta “natural” inclinación a subordinarse.

Maquiavelo, en su celebérrima obra, El príncipe, expresa nociones parecidas, cuando afirma que la virtú (término que proviene de viris, es decir lo masculino), entendida como la capacidad intrínseca de gobernar, conlleva la capacidad de imponerse a lo femenino (lo pasivo e indeciso); pero, claro, esas sus reflexiones y creencias se expresan en un contexto de completa vigencia del absolutismo y del predominio de las supersticiones sobre la ciencia.

La proclama de Justiniano es lanzada, en cambio, en un mundo donde la rebelión de las mujeres contra toda forma de opresión, humillación y amordazamiento, se expande incontenible sobre el planeta, plantando el rostro a la milenaria subordinación que se les ha impuesto.

Por eso, el discurso de alabanza y exaltación de lo que se presenta como la quintaesencia de un pueblo, de una identidad y de un sentimiento, se estrella implacablemente contra uno de los procesos de liberación más importantes y contra la misma Historia.

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