Opinión

La maligna obsesión por la desigualdad económica

El Deber logo
23 de junio de 2019, 4:00 AM
23 de junio de 2019, 4:00 AM

Una de las peores ideas que ha sembrado el populismo alrededor del mundo es la seductora historia de que la desigualdad económica es intrínsecamente mala. Sin muchas diferencias, todas las vertientes populistas o progresistas (incluida, por supuesto, la del Socialismo del siglo XXI), han logrado instalar en nuestra psiquis colectiva la idea de que la desigualdad económica atenta contra el bienestar social, disminuye las posibilidades de desarrollo y es además injusta y por lo tanto debe combatirse por razones morales.

La idea es tremendamente exitosa porque no existe nada más tentador que culpar la pobreza de unos a la riqueza de otros. Nos gusta entender la vida como un partido de fútbol. Si un equipo gana es porque otro pierde. Si alguien acumula riqueza es porque otro acumula pobreza. En otras palabras, uno tiende a pensar en la economía como una torta de tamaño fijo que deber ser repartida entre todos.

Así, si alguien se lleva un pedazo de torta más grande necesariamente a los demás nos tocará repartirnos un pedazo de torta más chico. Esta narrativa ha sido muy bien explotada por los movimientos progresistas como el Somos el 99% de 2011 que se quejaba de que el 1% más rico en EEUU tomaba alrededor del 20% de la torta y los demás debían repartirse el 80% restante.

Pero la economía no es como un partido de fútbol ni como una torta de tamaño fijo. La economía no es un juego de suma cero en la que lo que usted gana es lo que yo pierdo. La economía es en realidad como una torta en permanente crecimiento y los pedazos que nos tocan a todos son cada vez más grandes en términos absolutos. Pensemos en alguien muy rico: Bill Gates.

El dueño de Microsoft definitivamente se lleva un pedazo de torta mucho más grande que el resto. ¿Pero acaso lo hace a costa del resto de nosotros? ¿Somos más pobres los demás porque Bill Gates es más rico? Todo lo contrario. Bill Gates pudo hacerse más rico solo porque nos pudo hacer más ricos a los demás.

Es muy fácil verlo. Yo escribo esta columna en Microsoft Word. Usted la lee en una computadora que probablemente usa Windows. En su trabajo usted usa Excel, PowerPoint, etc. Piense además en los laboratorios que encuentran nuevas medicinas, los centros de ingeniería que producen avances científicos y todo lo que se ha podido lograr en todo ámbito gracias a los productos desarrollados por Bill Gates.

Bien pensado, lo que ha hecho Bill Gates por la humanidad es tan grande y tan importante que su pedazo de torta es probablemente más chico de lo que debería ser. Y así con Jeff Bezos de Amazon, Mark Zuckerberg de Facebook, los Walton de Walmart, etc.

Entender lo anterior es fundamental. La única forma de hacerse rico y llevarse un pedazo de torta más grande es creando un producto o proveyendo un servicio que la gente quiera comprar. Y esto solo pasará cuando la gente considere que el producto o servicio que compra le hace la vida mejor, es decir, cuando el producto o servicio le provee riqueza. Aquellos que se llevan un pedazo de torta más grande, por lo tanto, no lo hacen a costa del resto sino beneficiando al resto aumentando el tamaño de la torta.

Eso es desarrollo. El populismo y el progresismo son incapaces de entender esto.

Ellos siguen viendo la torta de tamaño fijo y pegan el grito el cielo cuando alguien se lleva un pedazo más grande. Reclaman por más impuestos para los ricos y más subsidios para los pobres. Y aquí es donde su obsesión por la desigualdad económica se hace maligna. Primero, como explico arriba, el hecho de que Bill Gates tenga más no es injusto. Logró eso gracias a que trabajó mucho y creó un producto que mejoró la vida de los demás.

Obligarlo a punta de pistola (impuestos) a que resigne parte de su riqueza a favor de otros es injusto. Si él quiere donar y hacer caridad voluntariamente (y lo hace) qué bueno, pero obligarlo a que lo haga es profundamente inmoral. Segundo, si los impuestos son lo suficientemente altos ni Bill Gates ni los futuros emprendedores tendrán los mismos incentivos a crear nuevos productos o servicios.

¿Para qué invierto tiempo y trabajo si una gran parte del fruto de mi esfuerzo me será confiscado en impuestos? Redistribuciones agresivas y forzosas reducen los incentivos y no permiten que la torta siga creciendo. A la larga esto nos deja a todos en la pobreza.