Opinión

La lluvia del Cervantes

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19 de noviembre de 2017, 19:17 PM
19 de noviembre de 2017, 19:17 PM

La noticia ha llegado como lluvia en día de descanso: amable, ruidosamente bella. Ha llegado el jueves pasado desde España: El escritor nicaragüense, Sergio Ramírez, ganó el premio Cervantes 2017. Y el diario El País dio mayores detalles: El jurado presidido por el director de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, ha decidido otorgarle uno de los galardones más importantes en lengua castellana por su capacidad de reflejar “la viveza de la vida cotidiana convirtiendo la realidad en una obra de arte”. 
Tras esta afirmación he vuelto a recordar el poder de la literatura, un poder que ayuda a soportar la realidad y baña de poesía allá donde no hay ganas de estar o de soportar y le pone color a escenarios y momentos de desolación y mantiene viva la juventud que pueden ser capaces de guardar, quizá, solo las fotos viejas.


El primer Premio Cervantes de la historia lo recibió Jorge Guillén en 1976 y desde su institución fue considerado el galardón literario más importante en lengua castellana cuya contribución al patrimonio cultural hispánico hubiera sido decisiva. El premio, que ahora le pertenece al autor de Margarita, está linda la mar, que fue vicepresidente de Nicaragua durante el Gobierno revolucionario de los años 80 del siglo pasado, lleva el nombre de Miguel de Cervantes Saavedra, autor de Don Quijote de la Mancha, considerada la máxima obra de la literatura castellana.


Este premio vincula a los lectores no solo con las obras de Sergio Ramírez, sino también con la de Cervantes, y en especial con los fieles lectores de El Quijote, esa gran novela que no envejece y a la que uno busca como el náufrago olfatea una isla para tender el cuerpo mojado y retomar la vida después, con más fuerza y mayor locura. Con cada relectura el libro se hace querer más y uno, sin darse cuenta, se va convirtiendo en su libre prisionero. Cuando leí por primera vez el Quijote, durante la intermitencia de la adolescencia, me asaltó una preocupación no experimentada hasta entonces: ¿qué va a ser de mí cuento termine de leer el libro? Y llegó el día en que me asaltó la última página y el párrafo final. Fue ahí que descubrí que las relecturas existen y que un libro es como el buen amigo que siempre está ahí, disponible para conversar y para contar una historia que haga la vida más posible y bella. Ahí está la obra de Cervantes, de Sergio Ramírez y de tantos otros que lo esperan a uno para bendecirlo – o desgraciarlo placenteramente- con sus lluvias que se desatan en un día de descanso.

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