Opinión

El momento político boliviano

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15 de noviembre de 2018, 4:00 AM
15 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Forzados por el reglamento de la Ley de Organizaciones Políticas, los partidos se han visto obligados en tiempo récord a inscribir alianzas. Como era previsible, han surgido dificultades especialmente en las fuerzas opositoras para formar un bloque sólido que les permita enfrentar con mejores posibilidades al MAS. Es evidente que al oficialismo le conviene más una pugna electoral con una oposición dispersa que con una sólidamente unida. No es lo mismo concentrar en torno a un solo partido y a un candidato el voto contrario al MAS que tenerlo disperso entre dos alianzas y al menos seis partidos, que es lo que ha resultado de esta primera fase del proceso de las primarias.

El balance por ahora es desalentador en torno a la demandada unidad de la oposición. Ciertamente que hay trabas naturales que se atribuyen más que a diferencias que tienen de la visión de país y de un programa de Gobierno a los personalismos o a los caudillismos. Pocos o casi ninguno de los opositores parece querer ceder o posponer aspiraciones e intereses personales. El grado de dificultad para consolidar alianzas ha sido muy grande, sobre todo porque hay distintos perfiles de opositores que se resisten a acordar visiones básicas de país. Tenemos opositores emergentes, pero también los tradicionales que se resisten a renunciar a los pequeños espacios de poder que pretenden conseguir. Si se llega a interpretar que el mayor riesgo de la continuidad del binomio del MAS en el poder por otros cinco años más es la calidad de la democracia, todos los opositores deberían trabajar prioritaria e incansablemente para lograr un acuerdo mínimo que exija el respeto al referéndum del 21-F y, luego, ganarle en las urnas al oficialismo, lo que solo se puede conseguir con unidad.

En ese contexto, el MAS aparece como un partido desgastado, pero unido, lo que le da una evidente ventaja en la disputa electoral, además de los recursos casi ilimitados que le ofrece la estructura de poder para enfrentar la campaña larga que se viene. Pese a todo, queda aún la esperanza de que en los próximos meses algunos opositores resignen sus aspiraciones y apoyen al candidato con mejores posibilidades de vencer al oficialismo.

En medio de esa leve esperanza, la campaña se tiñe prematuramente de una feroz guerra verbal entre Evo Morales y Carlos Mesa, con una clara intención de polarizar las preferencias. Lo penoso es que los recursos discursivos del presidente para descalificar con adjetivos y acusaciones a su rival no corresponden ni a su investidura ni a lo que espera el electorado, que es la oferta de planes para la Bolivia que se viene en el próximo quinquenio. Tampoco ayuda a la racionalidad y serenidad esperada en nuestros líderes la respuesta emocional del candidato acusado. La guerra verbal ha comenzado y es un síntoma de la mala calidad de campaña electoral que tendremos y en la que, al parecer, valdrán todos los recursos para retener o alcanzar el poder.

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