Opinión

El lenguaje de la madrugada

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13 de noviembre de 2017, 6:34 AM
13 de noviembre de 2017, 6:34 AM
Hay un perro que ladra y su ladrido también trae el eco oscuro de la madrugada. Un ladrido aquí y otro allá, como una verbena soñolienta que toca la puerta de la nostalgia, largos suspiros del corazón de la ciudad en pie, aunque la gente esté tumbada con los ojos bien cerrados. 


A las cinco de la mañana mamá prendía la radio y su mano en el dial metía muchas lenguas y países en esa habitación parsimoniosa donde pasábamos la vida y ella me sentía crecer. Un hombre hablaba en chino y me informaba que China quedaba al otro lado del mundo y que allá el sol, a esa hora, ya está muy alto. Después, una voz con la zeta en la punta de la lengua y mamá me contaba que España existía y que de ahí llegó un señor que se apellidaba Colón en los tiempos remotos de los abuelos. 


Antes, mucho antes de que la radio rompa maravillosamente los primeros pliegues del nuevo día, otros sonidos se colgaban de los sueños apretados en la almohada modesta donde de día el gato hacía su cama de holgazán perpetuo. Un gallo le cantaba a la luna blanca y un gato pagaba muy caro sus aventuras de alcoba en el tejado de una casa vecina y un borracho puntual entonaba el silbido de siempre, emulando a las canciones clásicas de las fiestas de barrios, en esos patios donde los padres de la quinceañera rogaban a San Pedro que no lloviera esa noche, por lo menos hasta que se baile el vals.  


Pero la lluvia caía esa o durante otras noches. Y cuando la lluvia caía croaban las ranas y los grillos grillaban. También se escuchaba cómo peleaban las piedras en el vientre del río que bajaba a galope del cañón que en tiempos de sequía abría sus caminos para llegar hasta esa única choza donde vivía un tío ermitaño que me enseñaba a escuchar de verdad los sonidos que nacían y que morían en una madrugada y a intentar olvidar los ruidos de contrabando, esos oscuros momentos que taladraban los oídos, como el aullido desvelado de los perros, el pedido de socorro de un desconocido que desde algún callejón decía que le estaban robando o que estaba viendo un fantasma o la voz de una mano que osaba tocar la puerta y uno creía escuchar el toc, toc en las intermitencias del sueño, justo antes de que el gallo cante anunciando los ruidos del nuevo día, los otros ruidos.
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