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17 de noviembre de 2017, 4:00 AM
17 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Con Eduardo Pérez Iribarne casi nunca comparto la misma opinión sobre pensamientos, acciones, personajes, pero desde que lo conocí -hace más de cuatro décadas- no puedo dejar de admirar su compromiso profesional como docente, como radialista y como terco periodista; el desafío fue su signo desde que llegó a Bolivia.

Estaba lleno de novedades en la enseñanza de la comunicación social cuando fue contratado por la Universidad Católica Boliviana. Junto con otro jesuita, Luis Espinal, y el cura de Bérgamo, José Ferrari, eran los catedráticos que más nos obligaban a cuestionar qué pasaba a nuestro alrededor. Espinal, a través del análisis de las películas; Ferrari, en las asambleas estudiantiles; y Pérez, con las noticias de esa oscura etapa de dictaduras militares, España (donde nació), Chile (donde estudió) y Bolivia (donde residía hasta nacionalizarse).

Espinal era hosco, Ferrari más abierto con su sotana volando al viento mientras conducía su moto hasta Villa Copacabana, Pérez despertaba entusiasmos juveniles- femeninos- con su pinta nuevaolera, elocuente.

Solíamos compartir el asiento en el micro A, pues subíamos a la ciudad después de clases. Debatíamos y no nos poníamos de acuerdo; años después me confesó que mis inquietudes de 18 años lo dejaban meditando. Traté de ser la mejor alumna, pero siempre me trató con rigor.


Al retorno del primer exilio, con título colombiano, me dio un trabajo en Vanguardia Cultural, cuando él era jefe de prensa y luego director de radio Fides, fundada en 1939 y que desde los 50 introducía novedades en la forma de emitir noticias. El cura Pérez, como ya le decíamos, creó un sistema de despachos directos en el momento de los sucesos, desde algún teléfono público y diferentes ‘vanguardias’ con información especializada.

No recuerdo ninguna censura a mi programa, salvo llamadas de atención por fallas técnicas, quería que seamos perfectos. Como eran intensísimos años, entre 1978 y 1980, también enviaba despachos para la mañana informativa, pues cubría fuentes sindicales y educativas para Última Hora y el semanario Aquí. Cuando reviso mis notas no puedo acreditar lo libre que era el periodista en esos años (gracias Espinal, gracias Pérez, gracias enormes a Mariano Baptista).

Los militares no perdonaron la fuerza que logró el formato de Pérez en la resistencia al golpe de 1979 y en julio de 1980 priorizaron en su hoja de ruta asaltar a la Central Obrera Boliviana y a los medios de comunicación. Fides fue inutilizada y él partió al forzado exilio.

Entre tanto también realizó programas de televisión, siempre polémicos. Después se hizo cargo de la emisora en los 35 años de democracia, inventando otros soportes para mantener los primeros lugares en la audiencia, personajes como el Hombre invisible que revitalizó a la radio en horario vespertino. Más tarde el sistema televisivo, la expansión de la cadena. Además, amplió la influencia de la radio a fomentar el ciclismo que sin él ya no es; a brindar oportunidades de acceso a la salud, a la educación.


Como con todos los gobiernos, fue muy crítico con la gestión de Carlos Mesa. Personalmente no hice el quite a sus entrevistas, aunque las sabía durísimas y preferí escuchar sus comentarios, porque significaban que algo andaba mal, incluso cuando era injusto.
Pérez se va de la radio boliviana, alivio para el poder; final de un estilo irrepetible.

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