Opinión

El balance del Carnaval

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15 de febrero de 2018, 4:00 AM
15 de febrero de 2018, 4:00 AM

Cada vez que se hace un balance del Carnaval, los resultados se asocian a muertes, daños y excesos. Ocurre no solo en Bolivia, sino en festejos más masivos como el de Río de Janeiro o los de otras ciudades más pobladas que las nuestras. Por eso es que siempre se refuerza la seguridad ciudadana para que las secuelas, generalmente derivadas del consumo excesivo de bebidas alcohólicas, sean cada año menos trágicas.


En el caso boliviano, las cifras de fallecidos y de heridos durante las celebraciones han sido menos altas que en 2017, pero no dejan de ser igualmente dolorosas. De acuerdo al informe de la Policía, en el territorio nacional perdieron la vida 52 personas, incluyendo a las víctimas de las dos explosiones que se indagan en Oruro, mientras que 137 resultaron heridas.


Cuando se desglosan los casos, la mayoría tiene relación con accidentes de tránsito, peleas, violencia intrafamiliar, suicidios y hasta ahogamientos en ríos. El detonante principal es la pérdida del autocontrol de las personas por el abuso del alcohol. Este año se han añadido como variantes las explosiones por dinamitas y por una presunta fuga de gas en Oruro.


Probablemente cuando transcurran los días el tema de las consecuencias fatales que dejan los excesos carnavaleros pasará al olvido hasta cuando se aproxime la siguiente celebración. Volverán entonces a planearse medidas de seguridad que nunca terminan de ser suficientes, ya que no alcanzan los policías para controlar a cada conductor ebrio o a cada ciudadano violento que hacen de las suyas en las carnestolendas, pese al intento institucional de evitar el descontrol masivo. Conviene entonces trabajar de manera constante durante el año en campañas preventivas y de educación ciudadana sobre los riesgos que provoca el excesivo consumo de alcohol y sobre el valor de la unidad familiar y la buena vecindad.


Pese a los lamentos que proliferan después de la fiesta grande, el Carnaval cruceño ha mostrado algunos avances que se deben reconocer. La masiva movilización de policías y de funcionarios municipales en el largo feriado permitió una merma de los excesos de otros años, que terminaban dañando sobre todo el ornato público del casco viejo.


Se ha constatado una disminución considerable del uso de tintas y un retorno significativo y más ordenado de los comparseros al festejo en las calles, lo que hace más atractiva la celebración. Tampoco se ha lamentado un hecho trágico en las vías de alta concentración de carnavaleros, lo que evidencia un aceptable control. 


Respecto al espectáculo del corso, este año estuvo marcado por la protesta política llevada a cabo con alegría y creatividad. También volvieron al cambódromo algunas agrupaciones juveniles. Además, los carnavaleros tuvieron una gran reina y el infaltable protagonismo de las comparsas femeninas. Quedan como deudas pendientes exigir puntualidad en los horarios y fomentar la televisación en directo del espectáculo. 

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