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6 de septiembre de 2018, 4:00 AM
6 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Hace más de tres meses conocí en Santa Cruz a José Rafael Vilar y desde entonces hemos mantenido una correspondencia más o menos fluida. Él me manda lo que escribe y yo le mando lo que escribo. Anota lo que piensa sobre lo que escribo y yo hago lo propio sobre lo que él escribe y publica. Ponemos a consideración nuestras palabras y pensamientos.

Como en los libros se halla el conocimiento, en la vida se halla el aprendizaje, que es algo más valioso y profundo que aquel. En verdad lo es. Y es que situaciones fortuitas en nuestro paso por este mundo (que para un fatalista histórico como yo no son tan fortuitas, sino más bien predestinadas) pueden generar circunstancias en las que se aprende cosas fundamentales para la vida más que las que proporcionan las aulas y los textos. Una entrevista, una conferencia, una amena charla bajo de los tilos de un prado, un intercambio de dos frases, son para un hombre eventos memorables si se los sabe aprovechar para el crecimiento. Así, las situaciones más pequeñas pueden ser las más grandes y significativas.

En la vida y en el periodismo hay debates, unos de más alto nivel que otros. Hay infinidad de ejemplos, pero en Bolivia hay algunos memorables como los que se dieron entre Tamayo y Felipe Segundo Guzmán, entre Tamayo y Arguedas, entre Tamayo y Jaimes Freyre, entre Guillermo Bedregal y Lechín, entre Carlos Mesa y Soliz Rada, etc. La mayoría de esos debates fueron librados en las columnas de los periódicos, uno en el Parlamento, otro en el libro publicado y otro, incluso, en la televisión en vivo. Son solo ejemplos de muchos que hubo. Pero todos tienen un elemento común: en todos se vio esgrimir el arma que el hombre tiene como su más eficaz instrumento de demolición: la palabra. Debatir con uñas y dientes no es hacer libelo, ni mucho menos diatriba. Y es que debatir es un verdadero arte cuando se sabe que el negro es negro y el blanco, blanco; en otras palabras, debatir se hace actividad fina cuando se tiene argumentos y posiciones sustentadas.

Después de todo, ¿para qué están las columnas de los periódicos si no es para la polémica? Cosa muy distinta es que, a lo largo de los años, el fin del editorial periodístico haya degenerado, terminando por parecer ora plataforma de soporífera opinión, ora tribuna de maliciosa invectiva.

Con Vilar, hombre que no cede fácilmente y que defiende sus ideas con la mayor firmeza, polemizo sobre asuntos de religión y de raza, de democracia y nacionalismo; pero lo más rico de esas reyertas cultas no son las conclusiones a las que llegamos (si es que llegamos), sino la habilidad dialéctica que se llega a adquirir tras haber razonado para rebatir: el arte de la divergencia.

Levanto mi copa para brindar por dos cosas: primero, por que sigamos discrepando, discutiendo y hasta asestándonos los más duros golpes en el marco de nuestra amistosa relación, y, después, para que haya en el mundo más debatas de la altura de los nuestros. José Rafael e Ignacio no piensan igual en muchas cosas, pero sí coinciden en el concepto de lo que constituye una disputa elevada y digna.

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