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7 de enero de 2018, 4:00 AM
7 de enero de 2018, 4:00 AM

Este es el título del libro de Andrés Oppenheimer (2014) donde afirma que las claves del éxito en el siglo XXI serán la innovación y la creatividad. A contrapelo, una última encuesta  (BID) revela que las empresas de Santa Cruz son las menos innovadoras en el país. Los riesgos económicos financieros, el alto grado de informalidad y la escasez de personal calificado serían sus principales obstáculos para innovar (El Deber, 19.09.17). A ello agregaríamos la ausencia de ‘complementariedad´ entre las instituciones cruceñas y con nuestros gobernantes, además de la desidia de estos que en su agenda política han borrado este asunto tan importante por el simple hecho que no ´atrae votos´.

Sin embargo, en el Congreso Internacional de Neurociencia (Unifranz), las últimas ferias universitarias o en el taller Líderes para la innovación, organizado por Cainco, se  confirma que existen esfuerzos en este camino –aunque todavía aislados–, que nos conducen a cumplir con el reto de transformar las bases del modelo de desarrollo cruceño. Para ello, ‘Santa Cruz Innova’ identificó tres desafíos: 1) transformación, pasando de la era de los commodities con poco valor añadido a la diversificación, a fin de elevar nuestro nivel de productividad; 2) educación, promoviendo un talento emprendedor y revirtiendo el déficit de profesionales en materia tecnológica; 3) digitalización, haciendo de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) un instrumento inclusivo al servicio de todos pues “sin igualdad de oportunidades no hay innovación”.

Para alcanzar estos objetivos ¿qué proponemos? Invertir en talento, promover alianzas interinstitucionales entre lo público y lo privado, potenciar al sistema universitario que es el centro del poder creativo e innovador, capaz de atraer y retener talento, y apto a desarrollar capital humano especializado en un ecosistema innovador con equidad de género, y finalmente, aunque no lo menos importante, contar con el apoyo gubernamental, tanto nacional como subnacional, habida cuenta que la excesiva burocracia y su desinterés ahogan la cultura creativa. Aquí bien vale también considerar el valor de la autonomía local como palanca facilitadora del desarrollo tecnológico.

Pero innovar en un sentido más extenso también significa perfeccionar, reformar, renovar. El objetivo es crear valor agregado. Esto también se puede aplicar a políticas públicas o institucionales. Ya Santa Cruz lo ha experimentado en distintas épocas de su historia. En el siglo pasado los planes Bohan (1942) o Techint (1950) y la creativa ingeniería institucional cruceña, fueron los hitos del desarrollo en los años 50. 

En pleno siglo XXI es necesario asumir nuevos retos que exige la situación actual y una nueva visión de futuro. En ese rumbo, se inscriben propuestas progresistas desde la sociedad civil como el desarrollo urbano para Santa Cruz de la Sierra y su área metropolitana (F. Prado), el fortalecimiento de las ciudades intermedias, frente a la gran tendencia migratoria hacia las capitales (C.H. Molina). Ellas son buenos ejemplos para la transformación e innovación que brinden a nuestra región soluciones de índole social, medioambiental, política y no solo de carácter económico.  

Después del grito: “Autonomía para Bolivia”, innovar o morir debe ser la bandera del Santa Cruz actual, cuyo mástil enhiesto será sostenido con firmeza por los millennials y la generación Z, que se destacan por el uso de la tecnología, su capacidad de innovación y emprendimiento, además de su inquietud por el ecosistema. 

Frente a los Transformers Decepticons actuales, camuflados bajo el ropaje de la democracia y la exaltación a Bolivia, y que van destruyendo al país, las nuevas generaciones emergentes serán los  Optimus Prime, verdaderos salvadores de la patria. 

La invitación está hecha, no hay que hacerse ni sordo ni ciego. La nueva consigna nacional es una sola: “Crear o morir”. Este es el verdadero proceso de cambio.

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