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13 de agosto de 2018, 4:00 AM
13 de agosto de 2018, 4:00 AM

l extravío de la medalla presidencial es parte de un retrato, devastador, de la realidad boliviana. El primer hecho es que el símbolo patrio, de enorme valor material y simbólico, estuvo 27 días fuera de la bóveda del Banco Central sin que nadie hubiera reparado en él. Quienes tienen a su cargo el mayor tesoro nacional simplemente lo olvidaron, lo entregaron a un joven oficial y luego se desentendieron.

El presidente del BCB, Pablo Ramos, y su equipo no han dado una adecuada explicación ante esta enorme falla. Pero luego el ministro de la Presidencia, Alfredo Rada, y sus asistentes, además del destituido jefe de la casa militar, general Alberto Mancilla, tampoco hicieron cumplir las normas ni protocolos de seguridad necesarios.

Finalmente, los superiores del teniente Juan de Dios Ortiz, quien perdió esos símbolos en la puerta de una casa de citas, tampoco hicieron su trabajo. El teniente Ortiz no tenía un vehículo oficial para transportar la joya (solo sus diamantes y otras piedras, además del oro, pueden llegar a valer cuarto millón de dólares, sin contar con su incalculable valor simbólico) ni alguien que lo acompañe. El hombre, con su mochila a cuestas, cargaba un artículo que vale cuarto de millón de dólares así como si nada.

Todo esto demuestra la lenidad de las autoridades. Ni el ministro Rada ni el jefe de la casa militar ni el presidente del BCB demostraron mayor interés en hacer que los protocolos se cumplieran. Ello se explica en que ese parece ser el estado de ánimo general del país. El de “meterle nomás” que luego los abogados van a arreglar las cosas. El de banalizarlo todo, de tratar los asuntos públicos con enorme frivolidad.

Tras la pérdida de la medalla, el presidente Evo Morales solo atinó a decir que todos estaban de ch’aki después de las fiestas patrias y que en el evento en el que participó en Cochabamba se podría hacer un “zas cholita”, es decir, lograr un acto sexual con una mujer, que eso es lo que significa el dicho.

Tras eventos tan serios como la pérdida de la medalla, y la bochornosa detención de un diputado del MAS en estado de ebriedad y desnudo en el aeropuerto de Cochabamba, el presidente ni intentó reflejar seriedad, autocrítica o reflexión alguna. Nada. “Zas cholita” y punto. Que siga la joda.

Pero el extravío de la medalla refleja también a la ciudad de El Alto, con sus pobres casas de lenocinios y sus mujeres explotadas sexualmente y –como lo demuestra el video que captó el momento del robo del auto del exteniente– la resignación de su población con respecto a la delincuencia. Los ladrones actúan con suma normalidad y tranquilidad al robar el vehículo, mientras taxis pasan por su costado, peatones cruzan la calle con aire de ‘noimportismo’ y un grupo de jóvenes conversa bajo un farol. Todos saben que hay un robo, en sus narices. Ya sea por miedo, por ser un hecho normal o por lo que sea, nadie hace nada. Es el desmoronamiento de los valores de la sociedad, la derrota de la gente frente al delito, el abandono de la idea de tener una vida mejor.

Y por supuesto está el exteniente, con su nula concepción del deber y cero capacidad para comportarse con honor. Debe haber pensado, como hace el presidente, “yo le meto nomás” y luego me las arreglaré.

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