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16 de noviembre de 2017, 4:00 AM
16 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Pocos son los casos en el mundo del pentagrama musical en que se conjuncionan simultáneamente dos corrientes de tan alto valor como la espiritual y la estética hasta crear una sucesión de acordes, que a modo de ríos peregrinos, como los titula el escritor Hernando García Vespa, llevan su riego fecundo para incursionar airoso en todos los ámbitos propios de la existencia humana. 

El profesor Nicolás Menacho Tarabillo, ícono fundamental de los aires cruceños, que acaba de abandonarnos, con trascendencia universal, elaboró sus versos llenos de sonoridades, trascendiendo con su inconfundible impronta y su belleza iridiscente.

El aliento de sus composiciones se orienta esencialmente a la invocación del ente Supremo y a la exaltación de las virtudes con criterio didascálico y como ambición espiritual forjadora de inducciones éticas.

Es el compositor de todos los géneros y de todas las edades, que supo escudriñar el alma de su pueblo al que amó con pasión encendida. 
Transitó este mundo entre arpegios y aliento de pureza, de bondad evangélica y sencillez franciscana. Mientras recibía, hace un año, El Picaflor de Oro (la máxima condecoración), la tradicional agrupación carnavalera le dedicó estos versos en el Club Social 24 de Septiembre: Cada centuria surge un ruiseñor/Con luces de colores y un penacho/Es el genial don Nicolás Menacho/Inspirado bardo y trovador/Sus primorosos acordes llevan/sortilegios y armoniosas olas/Trino canoro y celestial/Espíritu festivo y aventurero/Mientras revolotea el colibrí/Al ritmo del taquirari y la chobena/Avanza raudo el carnaval/Mientras la banda explota y truena/ Se eleva altivo don Nico inmortal.

Músico genial y auténtico que transformó la vida en una apoteosis. Mentor irremplazable. Vivió y murió de pie. 

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