5 de marzo de 2024, 4:01 AM
5 de marzo de 2024, 4:01 AM

Los poderosos siempre han apelado al disfraz para diferenciarse de los simples mortales. El escritor Hernán Casciari dice que cuando alguien accede a un cargo de poder, se pone ropa increíble. “Cuanto más perverso el cargo, más ridículo el disfraz”. Empieza describiendo a poderosos de hace muchos siglos, a quienes llama “hombres pollerita”, porque evidentemente los reyes, los nobles, los eclesiásticos y los militares eligieron la falda para diferenciarse de la plebe.

Nunca podía faltar algo muy raro en la cabeza, dice Casciari. “Mientras más tiempo tomaba en disfrazarse, mayor era su rango y su impunidad. Por eso, el acto de posesión se llama investidura”. Con el correr del tiempo, la pirámide del poder quedó establecida de esta manera: los disfrazados en la cúspide, luego los bien vestidos, seguidos de los mal vestidos, y finalmente, en la base de la pirámide, los desvestidos.

En tiempos modernos, los bien vestidos escalaron a la cúspide, pero solo vistiendo un esbozo de poder: la corbata. (Ahora entiendo por qué los seguidores de Evo cortaban corbatas a copetudos que caminaban por las calles paceñas, hace algunos años). En la historia abundan los disfraces: turbantes, los árabes; cascos, los romanos; sombreros, los cowboys; plumajes, los indios; botas, los militares. Cada grupo de poder defiende causas supuestamente altruistas, dice Casciari, “pero en realidad, cada pueblo está defendiendo a muerte, la coquetería de su disfraz”. Es un fragmento fascinante del escritor argentino para deleitarse observando la vestimenta de la política en todas sus esferas de influencia.

 

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