Eran los años 20 y el Servicio Postal de Estados Unidos acababa de abrir sus primeras rutas de correo aéreo. No obstante, la gente no lo entendía

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7 de mayo de 2018, 9:54 AM
7 de mayo de 2018, 9:54 AM

Como un mapa del tesoro. La geografía de EEUU está marcada de este a oeste por una serie de flechas de hormigón que, por lo general apuntan siempre a California.

Sin embargo, no hay ningún cofre al final del camino. Estas flechas fueron construidas en los albores de la aviación como parte de un sistema de faros que indicaba la ruta aérea entre Nueva York y San Francisco.

Eran los años 20 y el Servicio Postal de Estados Unidos acababa de abrir sus primeras rutas de correo aéreo. La gente no lo entendía.

Los aviones eran más rápidos que los trenes, pero los trenes podían circular de noche y no ponían en serio peligro la vida del maquinista cuando viajaba de noche como si ocurría con los aviones. Con el correo aéreo, los aterrizajes de emergencia se volvieron comunes, según cita el portal de Gizmodo

Para solucionarlo, se impuso un sistema híbrido. En 1922, una carta enviada de una punta a otra del país viajaba en avión durante el día y en tren durante la noche.

De esta forma, el envío más rápido entre Nueva York y San Francisco tardaba 79 horas en llegar a destino, un tiempo poco competitivo frente al tren, que lo hacía en 108 y sin imprevistos.

“El correo aéreo es una moda impráctica que no tiene cabida en el trabajo serio del transporte postal”, llegó a decir el coronel Paul Henderson, subdirector adjunto del Servicio Postal de Estados Unidos.

Fue entonces cuando el presidente Warren G. Harding amenazó con cortar los fondos del programa y condenar al correo a viajar por tierra.

Pero no ocurrió. Llegó el año 1923 y el Congreso aprobó la construcción de una gigantesca “autopista de luces”: una serie flechas y balizas de gas que se alinearían sobre el terreno para guiar a los pilotos que viajaran de noche.

Las flechas se pintarían de amarillo brillante y otras señales luminosas se instalarían en una torre de 15 metros elevada sobre la cola de cada flecha.

Para el verano de 1924, ya había faros de este tipo entre Cleveland, Ohio, y Rock Springs, Wyoming. En 1926, el alcalde de Los Ángeles envió al alcalde de Nueva York una carta para demostrar que esta podía cruzar el país en solo 30 horas gracias al nuevo sistema de aerovía iluminada.

En 1929, 1550 torres y flechas guiaban el camino entre Nueva York y San Francisco, completando una ruta de 4231 kilómetros. El sistema fue tan exitoso que el gobierno llegó a pensar en una versión a escala planetaria que cruzaría el Atlántico y el Pacífico en plataformas flotantes.

Tenía sentido porque la telefonía de larga distancia era costosa y mandar una carta seguía siendo la forma más económica de transmitir un mensaje. Pero dejó de tenerlo cuando los aviones se hicieron más grandes y seguros, y se desarrollaron nuevos sistemas de navegación.

Lo malo es que la red de faros no era barata: ya en 1928, la revista Popular Aviation expuso que el mantenimiento de todas las torres costaba al contribuyente un total de 170.500 dólares al mes (actualmente con un valor de $us 2.500.000).

Finalmente, las torres fueron eliminadas durante la Segunda Guerra Mundial para evitar que los bombarderos enemigos las usaran como guía.

Hoy los aviones de transporte navegan mediante GPS y el servicio aéreo apenas se usa para enviar cartas, pero todavía quedan las enormes flechas de cemento en Nebraska, Utah o Nevada como un vestigio de ese pasado torpe de la aviación.