El penal más poblado del país, que tiene una tercera parte de los 18.000 reos de Bolivia, sigue su catarsis en medio de policías infiltrados, vigilantes prontuariados y tiempos de crisis y violencia

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5 de mayo de 2018, 19:46 PM
5 de mayo de 2018, 19:46 PM

Palmasola ha cambiado. La intervención policial de la madrugada del 14 de marzo dejó secuelas que se pueden ver y sentir desde el mismo instante en que se pone un pie dentro de régimen abierto, espacio en el que más de 4.000 internos, de los más de 6.000 que hay en todo el complejo carcelario, pasan sus días cumpliendo condena, esperando el lento avance de sus procesos judiciales o simplemente juntando dinero para hacer efectiva su salida del penal.     
El primer impacto al estar dentro del régimen abierto es la ausencia de los hombres de mirada amenazadora, que vestían chalecos rojos o negros, y que con un palo en la mano o con un arma de fuego escondida en la cintura infundían temor y en algunos casos terror. 
Ahora recorrer las calles del recinto carcelario es una experiencia diferente. Se siente una menor cantidad de reclusos, los ambientes destinados a la violencia están cerrados, los ‘radiomóviles’ continúan con su rutina de conseguir el encuentro entre visitas y recluidos, y el mecanismo de funcionamiento del reclusorio se sigue moviendo con la gasolina de los años anteriores, el dinero.
“Seguimos pagando por las cosas que se deben pagar dentro de la cárcel, como la limpieza de los pabellones, el derecho a tener un espacio para descansar o para comer algo más sabroso que el rancho diario, pero ya no hay las coimas y las extorsiones a las que nos había acostumbrado ‘Oti’”, afirmó un reo, que dice estar tranquilo con la nueva forma de manejo carcelario, al que ve bueno y necesario, aunque, como muchos otros, señala que esta paz puede quebrarse en cualquier momento. 
Oti es el sobrenombre de Víctor Hugo Escobar, el último mandamás de los reos, que marcó su gestión a punta de palazos, extorsiones y otras tantas formas de violencia, que se salvó de morir muchas veces y que ahora está preso en Chonchocoro, La Paz, aunque su vida en Palmasola quedó grabada en las paredes con sus promesas de campaña, cuando pedía el apoyo de los internos. 
EL DEBER visitó cada uno de los ambientes del penal, recorrió la ‘casa blanca’ de Oti, pasó por la curva donde mandan los drogodependientes, observó los rastros de la intervención policial que quedaron grabados en las paredes y observó cómo el límite entre el caos y la tranquilidad pende, casi todo el tiempo, de un delgado hilo.
“Los cambios llegaron a su límite. Creo que esto que se ha logrado es lo máximo a lo que podemos aspirar, pensar en algo más, me parece que no es viable”, aseguró un detenido preventivo que camina con tranquilidad y hasta con cierta autoridad por todo el penal, quien afirma que antes la noche era prohibida para todos, pero ahora dejar el espacio de encierro es relativamente seguro, aunque los fantasmas del pasado siguen tratando de volver a la vida.
“Este es un monstruo que solo quedó dormido por algún tiempo, pero ojalá que ese tiempo sea largo”, apuntó un joven, que está preso hace cinco años por homicidio y que recordó que una pared lo salvó de morir el día de la intervención. 
Él, que pidió ser identificado solo como Mario, dice no haber formado parte de los grupos de disciplina de antes y añadió que ahora los que mandan visten de uniforme y tienen dentro de la cárcel ojos y oídos que escuchan todo, y se movilizan cada vez que el ‘monstruo’ quiere volver a despertar.
Algunas de las muestras de que el viejo sistema se niega a morir del todo, pese a la estocada que el Gobierno y la Policía le dieron, son los decomisos de municiones y droga que se ha evitado que pasen a régimen abierto en las semanas pasadas. 
Pero la última coletada de violencia se la vivió el fin de semana, cuando uno de los vigilantes, uno de los tantos ojos y oídos a los que se refería Mario, casi muere tras un enfrentamiento con un gavilla de drogodependientes, los mismos que hicieron de Oti un dictador dentro del penal, que lo golpearon luego de calificarlo de ‘soplón’.
Los que ahora mandan sin palos ni extorsiones, fueron al rescate del vigilante y al menos una decena de agresores fueron castigados.  

Nueva cárcel aún espera
Pensar en la construcción de una cárcel modelo, que el Gobierno y las diferentes instancias que ven esta temática vienen prometiendo, implica todavía un plazo de largo aliento.
El mes pasado, el ministro de Gobierno, Carlos Romero, dijo ante la Cámara de Senadores que por el momento no se tenía un presupuesto para la edificación de la nueva infraestructura para los reclusos cruceños y que se está esperando un diseño final en papeles, para luego definir los montos de la inversión y las fuentes de financiamiento.
Mientras el poder político busca qué hacer con el penal colapsado, hacinado, la Policía se ha puesto los pantalones largos para encontrar soluciones de largo plazo, en medio del caos que se vivió por años. 
Alfonso Siles, el comandante policial departamental, mantiene una constante vigilancia dentro y fuera del penal, las requisas sorpresa son constantes y la intención de acabar con el monstruo de Palmasola se ve de forma permanente, ya que ni los policías ni los reclusos que ahora se encargan de hablar por los privados de libertad del PC-4 quieren que el delgado hilo del que pende la tranquilidad carcelaria se rompa.

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