La familia Ángel Antezana no se ha ido de Bulo Bulo y desde ahí ha continuado su cruzada silenciosa contra los linchamientos. Mientras, en Bolivia, esta práctica continúa

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17 de febrero de 2019, 16:00 PM
17 de febrero de 2019, 16:00 PM

Todo había empezado con una visita a las víctimas de un linchamiento el año 2013. Don Melquiades Ángel y doña Isabel Antezana estaban ahí, en su cabaña donde antes vendían platos a la carta a los turistas dominicales que llegaban a Bulo Bulo (Cochabamba) para sentir los olores mojados del trópico de Cochabamba. “Ni siquiera nos dejaron velar en paz a nuestro hijo Roberto que lincharon en junio”, lloró ella, y desde entonces sentía su voz navegando en un mar oscuro, en ese mar de esta historia que fui reconstruyendo en múltiples visitas posteriores.

Así es que fui escribiendo una crónica que bajo el título de Tribus de la inquisición, supo hacer su propia vida, escaparse de mis manos, atormentar las cuevas de la noche bajo la buena costumbre de convertir los sueños en pesadillas que no terminan hasta que la historia consigue su momentáneo punto final.

Han pasado los años y la familia Ángel Antezana ha crecido en número. Con los años las cicatrices del linchamiento fueron cicatrizando con la fortaleza familiar y Álvaro, uno de los sobrevivientes, con su esposa, Beatriz Sayas, procrearon dos hijos y ahora son tres sus descendientes. Uno de ellos, el último, se llama Roberto en honor a Roberto que la manada endemoniada mató en el linchamiento de junio de 2013.

Álvaro se da modos para trabajar. Así como está, con dos dedos menos en su mano derecha y con los dedos de la izquierda convertidos en un puño porque debido al fuego se le quedaron prendidos, se da modos para trabajar, para manejar la motosierra con la que se gana la vida cortando árboles y también sembrando yuca en el terreno familiar que se encuentra a unos cuantos kilómetros de Bulo Bulo.

Don Melquiades y doña Isabel dicen que ha sido Dios el que les ha dado fortaleza y el que ha permitido que ante tremendo drama del linchamiento, la familia se una más que nunca y forme un solo cuerpo para combatir los fantasmas que quedaron y las pesadillas que durante muchos años no les dejaba dormir.

El restaurante que antes del linchamiento funcionaba en su casa aún no han podido abrirlo de nuevo y tampoco consiguieron desarrollar la cría de pacú en una laguna artificial que construyeron a un kilómetro de la casa paterna.

Hace tres años, cuando sembraron alevines en la laguna, una mañana descubrieron que los peces estaban muertos. Don Melquiades sospecha que algo raro ha pasado, que una mano dañina arrojó veneno y que les arruinó el negocio con el que pensaban levantar la economía familiar que había sido golpeada por los gastos que tuvieron especialmente en las cirugías que necesitaba Álvaro para salvar su vida, y luego, para que no quede inmovilizado por las secuelas de las quemaduras.

La historia del linchamiento eternizada en Tribus de la inquisición conquistó territorios y la familia Ángel Antezana siente que gracias a ello el drama que vivieron no quedó en el olvido y que aún guardan la esperanza de que se haga justicia en el país y se investigue y sancione a los autores del linchamiento.

Muchas cosas han pasado desde aquella primera visita a la casa de doña Isabel y don Melquiades. Pero también muchas otras, como la impunidad, quedaron sin moverse un milímetro, porque en el país continuaron matando a golpe de manada.

Tribus de la inquisición es una crónica que llegó muy lejos denunciando la barbarie. Se instaló en grandes vitrinas como el Premio Nacional de Crónica Pedro Rivero Mercado, el Premio de Periodismo Rey de España, fue finalista del Premio de periodismo de la Fundación Gabriel García Márquez y en 2018 consiguió la nominación a los Premios Goya porque Tribus de la inquisición se convirtió en un documental del séptimo arte.

Cada logro nacional e internacional es una bofetada a quienes, pudiendo combatir la ejecución por mano propia, miran para otro lado a pesar de que Tribus de la inquisición les tira piedras a su ventana para que no se hagan los dormidos.

Hace poco, una turba mató a un brasileño en pleno centro de San Julián (Santa Cruz) a quien acusaron de ser un atracador. La víctima, antes de morir, dijo que solo quería cobrar una deuda y la Policía, como ocurre casi siempre, fue rebasada. Al día siguiente, en Uncía (Potosí), los pobladores mataron a pedradas a dos jóvenes acusados de robar un vehículo. Uno de ellos era menor de edad y ambos fueron arrebatados de las autoridades y agredidos sin contemplaciones, sellando así el segundo linchamiento en Bolivia en menos de 24 horas con tres víctimas fatales.

LEE AQUÍ LA CRÓNICA | Tribus de la inquisición

2. El equipo de rodaje del documental Tribus de la inquisición que fue nominado a los Premios Goya de cine el 2018