El autor plantea los caminos de la política. La vía de los demagogos frente a la de los estadistas que deben mostrar que pueden hacer las cosas mejor, a fin de garantizar solución a los problemas reales. Se trata de un debate democrático actual

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5 de mayo de 2019, 4:00 AM
5 de mayo de 2019, 4:00 AM

Los políticos carismáticos persuaden a las personas desilusionadas para que los apoyen. Algunos, son aspirantes a déspotas, otros son sinvergüenzas. Sin embargo, su seducción es tentadora. Entonces, ¿cómo debieran responder los políticos de centro y quienes los apoyan?

Ellos deben reconocer que les espera una enorme pelea. Una crisis financiera masiva, con un amargo regusto, socavó la confianza en casi todas las élites. Además, como escribió Jonathan Swift: “La falsedad vuela, y la verdad viene cojeando detrás de ella”. Sin embargo, la democracia liberal sobrevivió los grandes desafíos del tiempo entreguerras y la Guerra Fría. Como Torben Iversen y David Soskice discuten en su libro Democracia y prosperidad, el factor estabilizador es una prosperidad compartida. Sin eso, todo está perdido, particularmente cuando la creencia en la democracia ha menguado. ¿Cómo se renovará la esperanza?

El liderazgo importa. La política democrática no solo se trata de comprar votos. Se trata de persuadir a la gente. Donald Trump puede ser un político inexperto o una persona detestada, pero sabe cómo motivar a sus partidarios, porque sabe contar una buena historia. Un político sin una historia perderá.

La aptitud importa. Importa mucho menos, al menos a corto plazo, en el caso de los demagogos de derecha o de izquierda. La suya es una política de oposición, incluso cuando están en el poder. Ser competente es menos requerido. Pero los políticos centristas deben saber lo que están haciendo. Eso es importante después de que los líderes de este tipo cometieron garrafales errores, como cuando creyeron que los mercados financieros son estables y que los involucrados saben lo que están haciendo.

La ciudadanía importa. Una democracia es una comunidad de ciudadanos. El sentido de lo que se le debe y lo que se espera de los ciudadanos representa la base de las democracias exitosas. Sin la idea de que los ciudadanos son lo primero, no puede existir una comunidad nacional. En las democracias modernas, el Estado benefactor es una expresión práctica de la ciudadanía. Pero también lo son las políticas que brindan a todos los ciudadanos la oportunidad de participar en la vida económica.

La reforma económica importa. Como sostienen Paul Collier y Colin Mayer, necesitamos una reforma de los impuestos y de las corporaciones si queremos crear una sociedad que sea económicamente exitosa y más inclusiva. De particular importancia es gravar las rentas y promover una mayor competencia. Como argumentan Jonathan Tepper y Denise Hearn, la disminución de la competencia representa una significativa preocupación. Esto no justifica una economía socialista; sabemos que no funciona. Pero justifica mejores mercados.

Los asuntos locales importan. Collier y el exgobernador del Banco de la Reserva de India hablan de las comunidades. La delegación de decisiones debe ser parte de una nueva política.

Los servicios públicos son importantes, incluso si a las personas no les gusta pagar los impuestos necesarios para garantizarlos. Lo que más se requiere varía según los países. Pero la idea libertaria de un Estado mínimo que deja todo esto a la merced del libre mercado no solo es inviable, sino incompatible con la democracia.

La globalización gestionada y la cooperación global también importan. Ningún país es una isla. Dependemos de ideas, recursos, personas, bienes y servicios de otros países. Esto es cierto incluso en el caso de los países extremadamente grandes. Los argumentos económicos, políticos y morales para establecer reglas estables y predecibles que gobiernen estas interacciones son aún más poderosos actualmente. La soberanía nacional sí importa, pero no es todo lo que importa. Esto es aún más cierto para la gestión de los bienes comunes globales. La cooperación entre naciones no es opcional, es absolutamente esencial.

Mirar hacia el futuro importa. Vivimos en un mundo de enormes trastornos a largo plazo, especialmente el cambio climático, la inteligencia artificial y el ascenso de Asia. Los buenos gobiernos deben considerar qué significan estas cosas para sus pueblos y para el mundo. Si las democracias no pueden ejercer este tipo de visión progresiva, habrán fracasado.

Por último, la complejidad importa. El gran humorista estadounidense, HL Mencken, dijo: “Para cada problema complejo, existe una respuesta que es clara, simple e incorrecta”. Eso es lo que ofrecen los demagogos carismáticos. El asesoramiento de un experto puede fácilmente estar equivocado. Pero los tecnócratas tienen una reputación que perder. Una política que se basa en la ira popular y en el capricho despótico seguramente fracasará. La respuesta correcta debe estar en una política que base la esperanza en el realismo. Ese es el único tipo de política democrática que vale la pena construir. ¿Tendrá éxito en el mundo de hoy? Posiblemente no. Pero tratar de hacer lo correcto es la única manera de darle al mundo la mejor oportunidad de obtener buenos resultados.