El incendio que ya quemó más de un millón de hectáreas, es el grito que la naturaleza ya no puede aguantar. ¿Qué ha perdido Bolivia y el mundo con esta tragedia al que especialistas llaman biocidio?

El Deber logo
1 de septiembre de 2019, 4:00 AM
1 de septiembre de 2019, 4:00 AM

He sentido el quejido del bosque. Es un sonido oscuro como si saliera de las profundidades de su garganta: cavernoso, erosionado, opaco. Lo imaginaba llorando sin abrir la boca, apretando los dientes. Se quejaba con pausas intermitentes y el silencio era también doloroso, como si la muerte, cansada de lastimarlo, se sentara en alguno de sus árboles caídos, apretando el suelo con sus pies, esparciendo la ceniza espesa, caliente y amarga.

El sonido rebotaba por las rendijas de las ramas y no había ningún pájaro cantor que lleve el recado. Las aves habían marchado cuando sintieron las bocanadas fantasmales del fuego asomar por el horizonte enfermo y luminoso. Sabían que no era el verano porque agosto aún es invierno. Sabían que era el infierno y por eso salieron en estampida y el bosque emitió sus truenos para que Bolivia lo escuche.

Y lo escuchó. Pero lo hizo muy tarde, cuando cientos de miles de hectáreas del Bosque Seco Tropical Chiquitano y del Gran Chaco Americano ya estaban en llamas. Hasta el cierre de esta edición ya habían ardido más de un millón de hectáreas y muerto un número incalculable de animales silvestres, incluyendo en las áreas protegidas, donde -se supone- debieron estar protegidas.

He sentido el quejido del bosque en pleno campo de fuego del bosque seco tropical. Junto a él otros no han quedado indiferentes: biólogos, ambientalistas, comunidades indígenas, alcaldes de poblaciones cercanas y varias instituciones que trabajan por la naturaleza también lo han hecho.

En ese coro de quejas y lamentos es que se ha revelado que el incendio de gran magnitud fue el campanazo que delató que el universo boscoso de Bolivia está enfermo, que el fuego fue apenas la punta de un iceberg que oculta en sus profundidades un problema gigante porque el bosque seco y el chaco son víctimas de varios males que los están matando silenciosamente, y que la población no estaba enterada del todo porque no son tan visibles como un incendio.

La deforestación; tumbar árboles para dar paso a la agricultura y ganadería; la colonización en tierras no aptas para el cultivo por parte de menonitas y de colonos bolivianos y el incendio son las tres enfermedades que se han detectado en los territorios donde el fuego está arrasando con la vida de los bosques, muchos, dentro de áreas protegidas como el valle de Tucabaca, el Parque Nacional Otuquis, la reciente área protegida Ñembi Guasu. Además, de afectaciones serias en los municipios de San Ignacio de Velasco, San Matías, Puerto Suárez, San Rafael, Concepción, El Carmen Rivero Torrez, Roboré, San José, San Javier y Charagua.

El Bosque Seco Chiquitano, uno de los más afectados, se extiende en Bolivia, Brasil y Paraguay, con una superficie de 24 millones de hectáreas, de las cuales 20 millones están en el país.

Roberto Vides, director de la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FBSC), no duda en afirmar que el incendio que soporta el oriente boliviano es un desastre inducido por el hombre y es una tragedia para la vida silvestre, los recursos y el patrimonio natural del país y del mundo.

Sabe que el Bosque Seco Chiquitano es uno de los pocos bloques de bosques secos tropicales que aún subsisten en el mundo en condiciones relativamente buenas.

- Hay un sentimiento de responsabilidad y orgullo de parte de Bolivia de contar con el bosque seco tropical más grande del planeta.

Pero Bolivia ahora no puede sentir orgullo.

“Pero no estamos cuidando el bosque y eso es para sentir vergüenza”, coincidían bomberos voluntarios y personas solidarias que acudieron la semana pasada a Roboré, a Quitunuquiña, a San Lorenzo, a El Portón, para luchar cuerpo a cuerpo con el fuego, para llevar agua y comida a los damnificados de las poblaciones circundantes con el incendio.

Las pérdidas son incalculables. Vides dice que si solo se consideran 500.000 hectáreas de bosque incendiado se debe lamentar la pérdida de 40 millones de árboles maderables, eso representa, en términos económicos, 1.140 millones de dólares.

Ese monto económico -enfatiza el director de la FBSC- es nada, con respecto a las pérdidas de biodiversidad biológica y servicios ecosistémicos.

- En el Bosque Seco Chiquitano hay 1.200 especies de animales vertebrados y miles de otras, dice Vides y remata con una cifra que revela otra realidad:

- Solo conocemos el 20% de la riqueza del bosque.

Es decir, sostiene que con cada hectárea de bosque que se quema o se deforesta se pierde también ese 80% de riqueza que no se conoce y nunca se va a conocer.

¿A quién se le puede ocurrir destruir un paisaje tan maravilloso como éste? En realidad el Bosque Seco Chiquitano está seriamente amenazado. FOTOS: FUNDACIÓN BOSQUE SECO CHIQUITANO

Por eso, Roberto Vides no duda en calificar este el desastre de los incendios en una gran tragedia. Tampoco duda en decir que lo que ha ocurrido fue un biocidio porque todos los males que aqueja al bosque seco mató a miles de especies, de biodiversidad, la vida de animales, de plantas, hongos, insectos y microrganismos que hacen que la vida funcione.

De los 20 millones de hectáreas del Bosque Seco Chiquitano, son 11 millones de hectáreas de bosque y el 10% se ha convertido en cenizas.

Owaldo Mallard, encargado de teledetección, sistema de detección geográfico y análisis de deforestación de la FBSC, reveló que existe un estudio que demuestra que, sin contar el incendio de agosto, el 50% del Bosque Seco Chiquitano desaparecerá hasta el 2040, es decir, dentro de los próximos 20 años.

Pero con la última tragedia, teme que este proceso de destrucción se anticipe y lo que hoy es vegetación exuberante quede convertido en un desierto, en un panteón de arena.

El comunicador de la FBSC, Daniel Coimbra, dice que el bosque seco es fundamental para mantener el equilibrio en términos de regulación climática a escala regional.

Y hay otro dato valioso más: Roberto Vides recuerda que en el bosque seco hay cuencas que alimentan a los ríos amazónicos, como el Madre de Dios y que en él también están las nacientes de la cuenca del Paraguay. Entonces, lo que pase en este lugar de Bolivia repercutirá en la región.

Huáscar Azurduy, coordinador de Gestión del Conocimiento Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano, pone énfasis en este dato: El Bosque Seco Chiquitano, es un bosque tropical que en época seca deja caer sus hojas haciendo que se forme en el suelo un colchón de hojas secas que deben ser vistas como papel. Por sus atributos ecológicos y geográficos, representa la mayor extensión remanente de bosque seco en todo el mundo. Al mismo tiempo es uno de los ecosistemas más amenazados debido, principalmente, a la expansión de la agricultura y la ganadería.

Recuerda que sus condiciones climáticas con regímenes de lluvia bajos (800-1300 mm/año) y periodos secos prolongados determina que la vida que se establece haya desarrollado en el tiempo, características particulares.

“En promedio, especies forestales que habitan en este bosque, requieren de 172 años para crecer 40 cm de diámetro (equivalente a dos palmas de la mano extendidas), mientras que, en el bosque amazónico, para lograr ese mismo diámetro toma unos 86 años. Ello implica que la recuperación del bosque seco chiquitano puede demorar mucho más en comparación a bosques más húmedos”, detalla Azurduy.

Iván Arnold, director de la Fundación Nativa ha viajado hasta la reciente creada área de conservación e importancia ecológica, Ñembi Guasu, donde se quemaron por lo menos 200.000 hectáreas que empezaron a arder el 12 de agosto.

Ha llegado hasta ese territorio de 1.207.850 hectáreas que se encuentra en una zona de transición entre el bosque chaqueño y el bosque seco chiquitano, que alberga una gran cantidad de fauna y una diversidad cultural donde existe la única población de Ayoreos no contactados.

Iván llegó a comienzo de la pasada semana y se abrió paso entre el humo, las cenizas y las llamas que avanzaban a paso ligero. Se encontró con una selva negra y ahí ha confirmado que muchas de las áreas afectadas por los incendios son zonas de conservación con alto nivel de vulnerabilidad a fenómenos como la sequía y los incendios que año a año afectan a miles de hectáreas de bosque y medios de vida de las comunidades campesinas, indígenas y productores de la zona.

Iván vio animales muertos, nidos de aves y madrigueras en la superficie de la tierra oscura. También vio a ejemplares de la fauna saliendo en estampida a zonas cercanas, a los puestos ganaderos y a comunidades aledañas. El bosque haciéndose más chico. La casa de los animales quemándose y ellos -los que no fueron alcanzados por el fuego- iban de tumbo en tumbo para salvar sus vidas.

El daño es realmente incalculable, dice Iván Arnold, que sostiene que el Ñembi Guasu, que en idioma guaraní quiere decir gran escondite, es también importante por el nivel de conexión con las otras dos áreas protegidas nacionales, Kaa Iya y Otuquis, que conforman conjuntamente un corredor biológico y el área de conservación continua más grande que tiene el Gran Chaco Americano. Adicionalmente, remarca Arnold, al estar ubicada en la frontera entre Bolivia y Paraguay, el Ñembi Guasu se conecta con todo el sistema de seis áreas protegidas que integran la Reserva de la Biósfera del Chaco Paraguayo, y que este hábitat es vital para la viabilidad a largo plazo de especies como el jaguar, tatú, el anta y otras que requieren de grandes extensiones para desarrollarse.

“La mayor afectación es a la biodiversidad y a la capacidad ecositémica de brindar servicios ambientales como la regulación del clima y absorción de agua. Además este incendio es particularmente grave por la afectación directa a la zona donde, según informes de expertos, habitan el pueblo ayoreo que aún vive en aislamiento voluntario en la región chaqueña, fronteriza entre el Paraguay y Bolivia”, explicó Arnold, que también informó que Nativa viene trabajando con planes de adaptación municipal para el cambio climático, y que a través de ellos se ha visto claramente cómo los escenarios climáticos van cambiando y que las sequías más prolongadas y desde muy temprano configuran escenarios de riesgo de incendio altísimo.

“A través de los planes de adaptación municipal al cambio climático se ha venido advirtiendo que el riesgo de incendios es cada vez más grande, y que si no se toman las cosas en serio, y se ponen programan a largo plazo, se corre el riesgo de lamentar más pérdidas en nuestros bosques”, advirtió.

El quejido del bosque es una fusión de otros lamentos: A veces el dolor confluye en algún momento de la madrugada y también hay a quienes acompaña ese sonido durante el día, vaya donde vaya.

Una pareja de parabas frente roja, mucho antes de los incendios

Pablo Chávez, por ejemplo, un comunitario de Taperas, no puede olvidar que vio animales convertidos en espectros, envueltos en una llama enorme, corriendo de tumbo en tumbo, emitiendo un sonido que no parecía de este mundo. No puede olvidar que vio urinas y chanchos troperos, tatús y algo horizontal sin pies que dedujo era una víbora. Recuerda como si hubiera sido ayer que los bichos corrían y que él quiso desentenderse de ellos porque su esposa y sus dos hijos estaban en una habitación con ventanas y puertas envueltas con sábanas mojadas para que el fuego no entrara. Pero el llanto de los animales en llamas penetraba por las rendijas y él les decía a sus seres queridos que cubran sus oídos hasta que todo haya pasado. Y no pasó.

La comunidad de San Lorenzo, a 20 kilómetros de Aguas Caliente, tuvo su última alegría el 10 de agosto cuando celebró el aniversario. Bailaron y comieron hasta tarde de la noche, iluminados por mecheros porque en ese lugar que no es remoto de Bolivia y que se encuentra a 200 metros de la carretera asfaltada, la energía eléctrica aún no ha sido inventada.

Para los habitantes de San Lorenzo aquella fiesta les parece lejana porque su vida ha cambiado ha recibido otro golpe duro. El fuego también les atacó y quemó las tuberías con la que calmaban su sed, y ahora, además de no tener luz, tampoco tienen agua.

El agua es un bien escaso y la ceniza abunda. A los costados de la carretera y de los caminos los árboles avisan que un fuego pasó por ahí y si uno mira algún punto del horizonte corre el riesgo de ver el humo como testigo de algún incendio, y si cierra los ojos está el peligro de ser embestido por el quejido del bosque o de lo que queda él: es un sonido triste como si saliera de las profundidades de una garganta herida, atormentada por las garras del fuego, cavernoso, erosionado, opaco y muy oscuro.

Un venado, después de que el incendio se comió casi todo, tendrá que sobrevivir en un escenario apocalíptico. Foto: JUAN CARGOS URGEL
Antes de que el fuego llegue, había una vida feliz. La foto así lo confirma. Foto: JUAN CARGOS URGEL