En 12 horas los pasajeros experimentan situaciones que van desde la incomodad, golpes a la higiene y riesgos de sufrir un accidente

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18 de agosto de 2019, 4:00 AM
18 de agosto de 2019, 4:00 AM

El bus salió una hora más tarde del horario prometido. Antes de entrar en la carretera desde Santa Cruz, rumbo a Cochabamba, paró en un estacionamiento para cargar combustible.

Era un ‘bus normal’ que en la jerga de los viajeros quiere decir: asiento que se reclina solo un poco, sin baño y con otras situaciones que se van descubriendo a lo largo de 12 horas, en un viaje de más de 500 kilómetros donde se van revelando el mundo interior dentro de un servicio de transporte público como también de un país, la situación de sus rutas y lo que habita a los costados de ellas.

Cochabamba fue un destino muy solicitado durante la pasada semana por los festejos de la fiesta de la virgen de Urkupiña. La demanda de pasajes en los servicios cómodos de ‘buscama’ y ‘Leito’ hacía ‘volar’ los pasajes y quienes no alcanzaban a ellos compraban un boleto en un ‘servicio normal’.

Pero normal, en este rubro, puede significar toparse con situaciones que no son tan normales. Las noticias trágicas de los accidentes carreteros de la última semana estaban en el ambiente de la Terminal Bimodal de Santa Cruz.

La gente, al comprar sus pasajes, preguntaban a quienes se los vendían: ¿El chofer no corre fuerte no?, ¿el bus está en buen estado, no ve? Las respuestas eran siempre las mismas: Sí, sí. Así es mamita, viaje nomás tranquila.

Las noticias de accidentes fatales estaban en las portadas de los diarios y dentro del bus había un hombre que leía una noticia en su celular: “La defensora del pueblo, Nadia Cruz, manifestó que preocupa el aumento en los hechos y accidentes de tránsito durante el primer trimestre de 2019, que llegaron a 4.396, dejando 260 personas fallecidas y 1.556 heridas”.

“Espero que esta vez no seamos nosotros”, bromeaba ese pasajero con su acompañante de al lado. -“No seas burro, cómo vas a chistear así”, le recriminaba ella.

El vendedor de boletos había prometido que el bus iba a salir a las 8:30 de la terminal. Ya eran las 9:15 y el motorizado seguía ahí, estacionado como un gato manso. Una mujer, cansada de esperar, bajó en busca del chofer que estaba fuera del motorizado.

El hombre, con una voz tranquila le dijo que no dependía de él, que estaba esperando que un policía le haga el control de alcoholemia para recién poder salir.

A las 9:30, el cuerpo del bus empezó a moverse despacio, como para que el funcionario de la estación de la Bimodal que pedía a los pasajeros el pase de andén -que ya mostraron a la mujer que controla el ingreso de viajeros no se caiga.

Cuando el hombre ya se ha bajado, aparece otro que con voz amorosa pidió que le presten unos minutos de atención, que tenía que decir algo importante para la salud.

Se presentó como médico naturista y en los próximo 20 minutos ofreció curar los males del cuerpo a quien compre un frasco con un jarabe compuesto con extractos de hojas, tallos, raíces y flores de siete plantas seleccionadas, todo un combo para limpiar y desinflamar el estómago, el hígado, la vesícula biliar, eliminar el mal aliento, el dolor abdominal y tonifica la próstata.

“No tiene algo para los nervios”, dijo una mujer en voz baja, cuando intentaba abrir la ventanilla del bus, intentando tomaba aire para hacer fuerzas, mientras se sentaba renegando porque la ventanilla estaba dura, como si estuviera con pegamento o atorada por la mugre, por el polvo de días, de semanas, de años, acumulado en diferentes lugares del interior del motorizado.

En la tranca de cobros de peajes se armó un pequeño mercado en el pasillo del bus.

Los comerciantes subieron para tentar con pacumutos coronados con un chorizo rojo, con salteñas de piel amarilla, con charques y huevos bien acomodados en embaces desechables. Uno de los vendedores hizo su agosto. El motorizado estaba en marcha y él seguía vendiendo.

Los pasajeros comían con esmero, saboreaban cada bocado, se chupaban los dedos y cuando habían terminado, uno de ellos logró abrir su ventanilla y -como si hubiera conseguido una proeza- ejecutó un acto vergonzoso: tiró su basura por la ventanilla, y su mujer, que llevaba en su falda a un niño de meses, observó caer esa basura a un costado de la carretera. Cuando el viaje parecía em

pezado de verdad porque el bus ya estaba en carretera, bajó de velocidad para ingresar a una estación de combustible antes de llegar a Warnes. El interior del bus olía a comida.

El ambiente se ponía pesado, no existía aire acondicionado y el viento miraba desde afuera porque las ventanillas, herméticas como estaban, no lo dejan entrar.

La comida hizo su efecto en los pasajeros con digestión rápida. Una muchacha hizo para el bus a un costado de la carretera porque ya no se aguantaba.

Otras personas la siguieron, pero el chofer no las dejó bajar. Dijo que hizo una excepción por quien estaba en aprietos, que dentro de dos horas parará en Ivirgarzama para que almuercen, para que vayan al baño. Los pasajeros retornan con la cabeza gacha. No era fácil caminar dentro del bus. Varios viajeros habían colocado sus bolsas y bolsones en el pasillo.

El hombre que había tirado la basura por la ventanilla tendió una colcha para que su bebé duerma. Y una madre que lo había visto en esos afanes siguió el ejemplo para que su hija de, aproximadamente, seis meses, duerme plácidamente.

La niña ignoraba cada susto que se generaba adentro cuando el conductor intentaba pasar a los vehículos con los que se topa delante suyo. Varias veces ha tenido que frenar, cuando lo intentaba hacer en la curva, cuando se daba cuenta que no le iba a dar la distancia ni la velocidad para salir triunfante. La carretera Santa Cruz-Cochabamba es una ruta cuya segunda vía está en construcción.

Esa carretera troncal por donde se mueven las exportaciones y las importaciones de Bolivia tiene en su trayecto señalizaciones que indican a los conductores que deben tener precaución porque, además de la capa asfáltica, se están construyendo puentes, alcantarillas, cunetas, zanjas de coronamiento y revestimientos de gran magnitud, muros de contención y de protección.

A pesar de la prudencia lógica que deben tener los conductores, los intentos de adelantamiento son frecuentes, tanto en vehículos de servicio público como privados.

Cuando dos motorizados se encuentran frente a frente, tocan bocinazos como si ese ruido ensordecedor fuera capaz de impedir un choque mortal, como lo ocurrido el lunes pasado en la carretera Panamericana Oruro - Potosí que dejó 11 personas fallecidas y varias heridas después de una colisión entre un camión y un vehículo de transporte público conocido como ‘surubí’.

El primer informe indicó que hubo una colisión frontal entre ambos motorizados y que el hecho ocurrió en inmediaciones de la localidad de Sora, sobre la carretera Panamericana. Los accidentes que han estado ocurriendo en las carreteras del país no pasaron desapercibidos para la Defensoría del Pueblo.

Una investigación de esta institución identificó fallas en el control e inspecciones que deben realizar el Organismo Operativo de Tránsito y la Autoridad de Regulación y Fiscalización de Transporte y Telecomunicaciones (ATT), el Viceministerio de Transportes, además de contradicciones en la emisión de licencias e incumplimiento por parte de los operadores del servicio de transporte.

También identificó que entre las principales causas de los accidentes son la imprudencia del conductor, exceso de velocidad, no acatar disposiciones de tránsito, conducir en estado de embriaguez, vías en mal estado y fallas mecánicas.

Según la investigación, en el control de relevos, de los 42 buses verificados, seis buses (14%) no contaban con conductores de relevo, aspecto que no es controlado ni en las terminales de origen ni en las trancas, sin considerar que una causa considerable de accidentes de tránsito se debe a fallas humanas que se incrementan con el cansancio de los conductores.

La noche encuentra a los pasajeros del bus que salió a las 9:30 de Santa Cruz en la zona de El Sillar. Atrás quedaron los pueblos del trópico de Cochabamba donde a los costados de la carretera se veían hojas de coca extendidas en hules para ser secadas con cara al sol, las papayas y las naranjas, las piñas y las bananas siendo ofrecidas en tiendas artesanales al lado de casitas de madera. “Ya vamos a entrar al Sillar, esa zona geológicamente inestable”.

Se escuchó la voz de un hombre en esa oscuridad que envolvía el interior del bus, donde los pasajeros respiraban un aire caliente, enriquecido por olores que el cuerpo humano no puede esconder a lo largo de tantas horas. Por vergüenza o por pudor, la gente comentaba como un chisme inofensivo cuando sintió un olor agrio.

“El niño de ha cagado. La guagua se ha hecho”. Y el padre que no era sordo, sacó de un bolsón un pañal desechable como un rayo, ayudado por su esposa lo cambió, hizo fuerzas para abrir la ventanilla y cuando lo logró tiró el pañal sucio y un aire frío entró al motorizado, trayendo el aroma de los árboles y de la neblina húmeda que reinaba afuera.

Cuando la neblina se hacía menos espesa se podía ver a los trabajadores que estaban construyendo la carretera y, entonces, había quienes dejaban de ver el televisor antiguo que emitía una película de alienígenas que el ayudante del conductor puso a todo volumen. Cochabamba apareció por entre las montañas.

El resplandor de la ciudad con sus luces que indicaban que la urbe estaba allá, más abajo de este sitio donde el bus intentaba salir del estómago de la niebla que empañaba las ventanillas que se podían abrir con mucho esfuerzo. Algunos pasajeros bajando en poblaciones cercanas.

Las luces del interior del motorizado se encendieron de golpe. Un pasajero logró despertar a tiempo para no sufrir una desgracia. Cegado aún por las luces amarillas se dio cuenta que el hombre que se sentaba delante suyo, -el que tiraba su basura por la ventanilla, el que acostó a su niño en el pasillo, el que lo limpió como un rayo cuando hizo sus necesidades fisiológicas- se estaba llevando su mochila negra que estaba en el porta equipajes de mano.

“Oiga, se está llevando mi mochila”, le gritó, y el hombre le dijo que disculpe, que se había equivocado.

El bus llegó a la terminal de Cochabamba a las 9:30. Una terminal atorada por buses que querían ingresar y salir. Los pasajeros bajaban, los policías de tránsito y de la Autoridad de Regulación y Fiscalización de Transporte y Telecomunicaciones (ATT) hacen su trabajo.

Al día siguiente, un oficial de la Policía de Tránsito dirá a EL DEBER que ha sancionado a tres empresas de transporte cuyos choferes dieron prueba de alcoholemia al llegar a Cochabamba.

“Hay conductores que en el camino coquean y para remojar el bolo toman alcohol. Por eso hacemos control también en los destinos”, explicó el policía, que dijo que Tránsito trabaja cada día para evitar accidentes. Pero las normas no siempre están de la mano, dice la autoridad, refiriéndose a que la norma del servicio de transporte público obliga a que, por cada 300 km recorridos, o su equivalente a cuatro horas de viaje, el conductor descanse dos horas.

“Yo exigía a las empresas de transporte que el descanso sea de cuatro horas, pero me amenazaron con interponerme un recurso jurídico por ir en contra la ley”, lamentó. Víctor Hugo Alemán, analista de Fiscalización de Transporte de la ATT, Cochabamba, dijo que incluso hay quienes no cumplen ni con esas dos horas de descanso. “Hace un momento (por el miércoles en la mañana) hicimos fiscalización de oficio y hemos identificado a un bus de empresa que había llegado a Cochabamba a las 10:30, y que a las 11:00 estaba retornando a Santa Cruz y que iba a ser conducido por los mismos choferes. Eso está prohibido en la normativa legal vigente, por la Resolución 266.

Hemos coordinado con Transito y hemos impedido ese viaje. Los pasajeros, para que no sean perjudicados, se subieron al bus de una empresa que conseguimos en 45 minutos”.

Alemán dijo que no solo es importante que los conductores descansen, sino que el vehículo también reciba una revisión técnica y que sea limpiado para precautelar la higiene.

Hay algunos pasajeros que colocan su equipaje en el pasillo, obstaculizando el ascenso o descenso del motorizado

“La ATT cumple tareas relacionadas al transporte terrestre interdepartamental, fiscalización y reclamaciones administrativas por el servicio que reciben de los operadores, sobre quejas de pérdidas de equipaje, abandono en carretera, salidas demoradas, malas condiciones del bus, estándares técnicos de calidad, la higiene, el estado de los asientos y las ventanas”, detalló Alemán, que precisó que cada día salen 250 buses de Cochabamba.

Las terminales del país son colmenas que trabajan desde que despunta el día y se acuestan en la madrugada. La oferta de servicios de las empresas está de acuerdo a cuánto esté dispuesto a gasta el pasajero (bajo control de la ATT), o la disponibilidad de pasajes que oscila de acuerdo a las temporadas festivas del año.

Los servicios en ‘Leito’, -que son buses con tres filas de asientos y que en portugués significa cama-, la comodidad se suma a otros servicios como aire acondicionado o calefacción, la distancia mayor entre uno y otro asiento que se reclina casi como una cama y el servicio de baño dentro del motorizado.

A diferencia del ‘bus normal’ donde se presentaron varias situaciones que se narraron en esta crónica, el único pasaje digno para ser contado en el viaje de Cochabamba a Santa Cruz que hizo EL DEBER en horario nocturno en un bus ‘Leito’, está que después que terminó una película, el tráiler de la misma empezó a repetirse una y otra vez, una y otra vez, como un disco rayado.

Un pasajero se levantó, bajó hasta la cabina donde el chofer y su ayudante conversaban animadamente y escuchaban música.

El conductor apretó un botón, los televisores se apagaron y un silencio enorme reinó dentro del bus cama. Afuera, la carretera era iluminada por una luna enorme y por motorizados cuyos faroles rompían una noche que amenazaba despertar antes de que los vehículos de pasajeros lleguen a sus destinos.