En su gestión, Bogotá pasó de ser una de las ciudades más violentas del mundo a una de las más seguras. Introdujo cambios en la administración pública

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15 de abril de 2018, 4:00 AM
15 de abril de 2018, 4:00 AM

Es mágister en filosofía y licenciado en matemáticas, formado en la universidad de Dijon (Francia). Fue rector de la Universidad Nacional de Colombia y después fue elegido alcalde de Bogotá en dos ocasiones, desde donde revolucionó la forma de trabajo. En su gabinete incorporó académicos y no políticos. Saneó las finanzas y creó la cultura urbana. 

Usted es reconocido porque durante su gestión como alcalde de Bogotá, la capital de Colombia, pasó de ser una de las ciudades más violentas del mundo a una de las más seguras, ¿cómo lo logró?
Una cosa que me ayudó fue la información previa (sobre el problema de la ciudad), además de mi formación en filosofía, en matemáticas y, después, en ciencias de la sociedad; también tuve la maravillosa suerte de ser rector de la Universidad Nacional de Colombia. Eso me permitió impulsar cambios porque uno conoce a los protagonistas del cambio y a los que se resistían. En la universidad impulsé algunas ideas porque era una comunidad pequeña y eso me permitía hacer ciertos ensayos.

Cuando llegué a la Alcaldía (1995-1998) la cosa era distinta porque la ciudad, en ese entonces, tenía seis millones de habitantes y con ese tamaño no se permitía una interacción personal con los líderes, sino que correspondía buscar una interacción con las personas a través de los medios de comunicación, fue un aprendizaje importante. La gente me eligió alcalde de Bogotá porque era un candidato distinto, crítico, tal vez valiente para enfrentar la violencia y porque innové en la comunicación (con las personas); por ejemplo, una vez me tocó acercarme a un grupo de docentes que estaba en huelga de hambre y, como ellos tenían razón, no tuve otra alternativa que sumarme a la huelga. El ciudadano lo percibió como un gesto rarísimo, porque la autoridad en lugar de esconderse, de parapetarse  o alejarse se expone en una especie de cuerpo a cuerpo íntimo.

¿Cómo aplicó la matemática y la filosofía en su gestión municipal? 
 Hay una formación muy general que da la matemática. Platón decía nadie entra aquí (en la Academia de Filosofía) sin saber geometría, porque la geometría educa el raciocinio, la argumentación y demuestra que hay conocimientos supremamente sólidos que se pueden fundamentar, vía demostración. Por su lado, la Filosofía no tenía nada claro y no daba respuestas, sino que todo era indagación, pero cuando se acerca a la geometría puede reclamar niveles más altos de rigor. Los matemáticos tienen conocimientos sólidamente fundados. 

Durante su gestión usted utilizó métodos poco ortodoxos para impulsar los cambios, ¿cómo lo recibía el ciudadano?

Eso tiene que ver, por un lado, con la pedagogía porque se tiene que buscar cómo adecuar las formas de enseñanza de los contenidos y también el elemento crítico de la retórica. Platón tiene frases célebres como: “Entre filósofos la verdad, para el pueblo retórica”.

Evidentemente ese punto de vista es aceptable porque el pueblo tiene diferentes niveles de educación que le permiten juzgar por su propia cuenta, y eso está muy bien en el proceso de secularización. Hoy en día sociedades muy religiosas se están convirtiendo en sociedades agnósticas, y los filósofos aparecen como soportes, como reemplazos y una especie rara de aliados para las iglesias donde el filósofo dice hay que formar personas más honradas aún si pierden la fe.

¿Cómo ve Bogotá después de Antanas Mockus? 
 A veces veo Bogotá con cierta nostalgia de lo que fue nuestras épocas, por el entusiasmo y la consideración del prójimo; también estoy consciente de que la ciudad ha avanzado en muchos aspectos. Hay cosas, como el pago de impuesto, en que mucha gente ha despertado conciencia en cumplir con sus obligaciones. Algunos dicen que últimamente se ha retrocedido en ese aspecto, pero hay indicadores que señalan todo lo contrario.

Usted aplicó la llamada Ley Zanahoria, que consistía en permitir el funcionamiento de lugares nocturnos hasta cierta hora y se establecían otros límites, ¿esta medida influyó para reducir la inseguridad en Bogotá? 

Sí, definitivamente. Sobre todo porque educó a la gente sobre el respeto a la vida de las propias personas y a la de los demás. Cambió totalmente las relaciones humanas, por ejemplo, antes de eso muchos decían yo hago con mi cuerpo lo que me venga en gana, pero después logramos educar a la mayoría de los ciudadanos sobre el respeto a la vida.

¿Cree que su forma de gobernar Bogotá trascendió a otras ciudades de Colombia y de otros países? 
 Creo que se hizo conocer que existe la posibilidad de introducir cambios y se mostró un nuevo camino para hacerlo. Algunos los siguen con bastante precisión, otros simplemente imitan lo más superficial, obviamente si se hace lo  superficial, sin incorporar otros elementos, no tendrá el mismo efecto que cuando se elaboran otro tipo de acciones, significados y discusiones. La idea básica es que los ciudadanos entiendan las políticas públicas y, si las entienden, que las apoyen.

En una oportunidad usted salió descalzo por las calles de Bogotá en protesta contra la corrupción, ¿qué efectos tuvo? 
 El comportamiento corrupto es como autodestructivo, entonces es fragmentar los recursos, desviar los fondos del pueblo para otros fines oscuros. Es poco inteligente actuar de manera corrupta porque hay un provecho inmediato, pero la desconfianza que se genera, las sanciones que se desencadena, la censura moral y social, además de la vergüenza hacen cara la corrupción. Es decir, hay que aprender que la corrupción es un mal para la sociedad y para la persona que busca enriquecerse a través de estos métodos. 

¿Cómo ve los debates actuales sobre si los gobernantes de derecha o de izquierdas son más corruptos? 
Mi principio es que se debe pensar bien de la gente, pero tampoco podemos dejar que los corruptos se sientan tranquilos siendo corruptos. Si creo que la mayoría de la gente que participa en política es corrupto estoy sembrando tolerancia a eso. Es preferible pensar que son muy pocos los corruptos, busquemos identificar a los que incurren en prácticas ilegales para que reciban sanciones social y legalmente. El ciudadano debería conocer bien a los políticos antes de votar por ellos y llevarlos a ocupar un cargo público.

En marzo usted recibió la segunda votación más alta en Colombia para un candidato a senador, ¿cuáles son sus retos en el Congreso de su país?

Ahora es un terreno nuevo para mí, pero tendré que aprender a actuar como se hace en una discusión racional. Somos 270 personas, entre Cámara Baja y Senado, y que en principio estamos entre iguales, por lo tanto tendremos que aprender a actuar en minoría, a trabajar en conformar alianzas, en no dejarse chantajear, en reconocer que podemos perder algunas discusiones. Es toso un aprendizaje y la democracia también requiere de cultura democrática.

¿Cómo ve la democracia en Latinoamérica?
 En general hay una tendencia a no confiar suficientemente en la democracia. Los entusiasmos que hubo, en alguna época, por la descentralización y mecanismos de participación han bajado un poco en la mayoría de los países de la región. La gente quiere eficacia, pero no se da cuenta que la eficacia sin democracia termina quedando muy cerca a la corrupción. Tenemos que combatir el cinismo.

¿Qué opina del caso Odebrecht?
 Es absolutamente doloroso, esas cosas no deberían pasar, pero también demuestra que el sector privado, algunas veces, tiene menos tabú que el sector público. Es una vergüenza que el sector privado haya actuado como lo hizo, aunque también es una vergüenza la forma como actuaron las autoridades del sector público.