La periodista Lupe Cajías desempolva una parte valiosa de la historia: 1978. Cuatro mineras habían iniciado una masiva huelga de hambre de 21 días  y estaban por presenciar un gran logro

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1 de julio de 2018, 4:00 AM
1 de julio de 2018, 4:00 AM

Sábado, 8 de julio de 1978. Apunto en mi libreta de novel reportera.

Otra vez La Paz. Convulsionada y violenta La Paz. La Paz, que debo enfrentar después de largos años de ausencia. La Paz, que me sorprende desde que aterriza el vuelo 912 de AeroPerú, porque su cielo es terriblemente azul, su atmósfera limpísima, su paisaje brillante. Porque su altura me afecta y me hace sentir extraña. Porque debo aprender desde ese momento a reencontrarme con una nueva ciudad.

Porque los muros de las casas que bordean la carretera del aeropuerto me gritan que no sé nada de lo que ha sucedido en mi país los últimos meses. Pedazos de ladrillo y adobe han servido para que un pueblo efervescente se manifieste. Recuerdo que hace un año el individuo hallado in fraganti en la pintada de siglas políticas contrarias al régimen era apresado y probablemente conocería el exilio. Hoy todos los grupos políticos ensayan su caligrafía.

Esa libertad no es gratuita; la han logrado las cuatro mineras que iniciaron la masiva huelga de hambre de 21 días en enero de este año. Su acción, respaldada en todo el país y en el exterior, obligó al Gobierno del general Hugo Banzer a decretar la amnistía general e irrestricta, que hasta ese momento había negado. Ese triunfo del pueblo boliviano, como fue titulado por los comentaristas locales, permitió el retorno de absolutamente todos los bolivianos, lo que no sucedía desde por lo menos 25 años atrás. Siempre existieron los impedidos de retornar a la patria, unas veces por su filiación derechista, otras por su tendencia izquierdista. Además, todos los presos políticos fueron liberados, actitud que cambió completamente la imagen del Gobierno de Banzer frente a sus vecinos dictatoriales. De esa manera, la actitud inicial de las cuatro mineras transformaría la faz de las elecciones de Bolivia.

No fue esa la única libertad arrancada, se logró del Gobierno el permiso de organizar democráticamente todas las federaciones sindicales, profesionales, estudiantiles, etc. Los intentos de fraude y represión oficial fueron controlados y se puede afirmar que en todos los diversos centros se realizaron elecciones limpias.

Paralela a la libertad sindical se ejerció la libertad política. Salieron de la clandestinidad todos los grupos partidistas, formándose incluso algunos nuevos. Lo extraordinario es que incluso los militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia, y de su brazo armado, el Ejército de Liberación Nacional (PRTB- ELN), considerados ultraizquierdistas, gozan de libre albedrío. Cómo sorprende al recién llegado encontrar caminando por la céntrica avenida 16 de Julio a Antonio Peredo Leigue, hermano de los famosos guerrilleros Inti y Coco, lugartenientes de Ernesto Guevara, el Che, que hasta el día de la amnistía había sido torturado y vejado en las celdas del Departamento de Orden Político (DOP).

También se reúnen en céntricos cafés los cabecillas sobrevivientes del 71, de grupos trotskistas, comunistas y maoístas, por los cuales, hace siete años, este mismo régimen ofreció recompensa a la persona que los capturara o delatara. El más famoso de esos cafetines es el popularmente denominado Lechingrado, porque en él acostumbra situarse el líder sindical Juan Lechín Oquendo, personalidad reconocida como jefe máximo por la poderosa Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia. Es también secretario general de la Central Obrera Boliviana. A pesar de su edad avanzada y de ser figura polemizada, siempre está rodeado de obreros y estudiantes en busca de experiencia.

Todo ello no entraba en los primeros planes de Banzer cuando en septiembre de 1977 anunció su deseo de democratizar el país. Pero, en cambio, son las pautas que permitían afirmar que, en Bolivia, luego de muchas frustraciones, se realizaban verdaderas elecciones.

No solo la prensa (incluso los medios estatales) dio amplia difusión de los diferentes grupos y sus ideologías, sino que absolutamente todas las casas se tiñeron de consignas.

Sacrificadas y nocturnas brigadas han pintado paredes, monumentos y parques mostrando sus posiciones ideológicas, sus recursos económicos y también dando lugar al humor popular.

Por ejemplo, la propaganda ‘verde’, del candidato oficialista Juan Pereda Asbún, respaldado por la mayoría de los militares, la nueva tecnocracia boliviana y diversos partidos políticos de la derecha, agrupados en la Unión Nacionalista del Pueblo, es la única que cuenta con recursos para murales, afiches y medallones. Su opositor más destacado, Hernán Siles Zuazo, presidenciable por la centroizquierdista Unidad Democrática y Popular, solo puede oponer a esa monumental actividad propagandística alguno que otro afiche y las leyendas murales.
El resto de los grupos debe contentarse con los letreros manuscritos. Los militantes del Frente Revolucionario de Izquierda, que postula a la Presidencia a un campesino, Casino Amurrio, y a la vicepresidencia a una obrera minera, Domitila Chungara, considerados la alternativa izquierdista, solo contaba con la posibilidad de una lata de pintura roja (su color electoral) y brochas gordas, para propagar sus ideas.

Los ‘pizarrones’ son insuficientes para que todos tengan la oportunidad de expresarse. Así se sobreponen los letreros. Pero, además, se realizan verdaderas batallas verbales. En la pared de un parqueo de Sopocachi se puede leer: “Pereda al poder”. Alguien agregó: “Asesino”. La noche siguiente esa palabra fue borrada con pintura verde. Pero el anónimo acusador agregó más tarde “aunque borren sigue siendo asesino”, con lo que puso fin a la polémica.

El eslogan oficialista “verde es mi color” aparecería generalmente transformado en “verde es mi dolor”, con un simple toquecito en la ‘c’. La gran mayoría de sus carteles aparecían mutilados.

También los nombres de los candidatos del FRI aparecían rodeados de un corazón al que se agregaba “se aman”, ocurrencia “romántica” que divertía a propios y extraños. Pero, en general, todos los grupos mantuvieron una campaña exenta de bajezas.

En pocas horas tuve que acostumbrarme a la nueva vida de la ciudad porque no solo las casas hablan únicamente de política, en cada rincón el único comentario eran las elecciones del día siguiente. En el bus, dos niños, de la misma edad de este régimen, comentaban sus afinidades políticas, uno abogaba por el Partido Comunista, el otro defendía a Pereda. Sus precoces comentarios dieron inicio a discusiones entre todos los viajeros.

Cerca de las seis de la tarde el ambiente se ensombreció. Las filas de amas de casa impedían el avance de los automotores. Todos querían proveerse de comestibles. En ningún lugar se encontraba pan. El clima recordaba los antiguos golpes de Estado, de amplio conocimiento del pueblo boliviano, y anticipaba lo que luego sobrevendría. Al oscurecer eran pocos los transeúntes que se atrevían a caminar por las calles. A las 12 de la noche la ciudad quedó desierta. El auto de buen gobierno que prohibía el libre tránsito se cumplía disciplinariamente.

Todos esperaban ansiosos el nuevo día; después de doce años el pueblo acudiría a las urnas. El voto es universal y obligatorio para todos los bolivianos mayores de 21 años. La abstención es algo que no se conoce; los pocos que no votan lo hacen por razones de fuerza mayor.

Las mesas electorales estaban llenas ya de ansiosos votantes a las ocho de la mañana del domingo 9. La desorganización e inexperiencia retrasaron los comicios en casi todos los casos. Pocas personas eran conscientes en ese momento de que ello desembocaría en un vergonzoso fraude a favor del candidato oficial.

La luz del día había traído otra vez tranquilidad y seguridad, y el buen humor reinaba en la ciudad boliviana. En una mesa, uno de los delegados bromeaba con los electores haciendo pasar primero a los estronguistas y posteriormente a los hinchas de los demás equipos de fútbol. Los partidarios de Siles Zuazo repartían naranjas, su color electoral; los peredistas, manzanas verdes y los de la Democracia Cristiana aportaban con talegos cafés, del mismo material de sus papeletas, para guardar esos alimentos electoreros.
 En otro local no existía el ‘cuarto oscuro’ reglamentario. Así un baño fue habilitado, sirviendo el inodoro de tabla para la colocación de las diferentes papeletas.
 Hubo un centenar de alumbramientos, algunos precipitados por la avalancha de volantes. Incluso existió uno fabricado. En Santa Cruz una muchacha simuló un embarazo con un almohadón para así conseguir votar antes. Solícitos votantes le cedieron el primer puesto. Pero ‘el fruto de sus entrañas’ decidió nacer antes de tiempo, lo que precipitó la huida de la azorada madre y la carcajada de los presentes.

Solo hubo dos accidentes de tránsito en todo el territorio nacional. Pero dado que estaba restringida la circulación de automóviles el comentario general era: se necesita ser un papa frita para chocar en día de elecciones.

Las calles de la ciudad se convirtieron en escenarios deportivos y los parques, en comedores populares. Partidos políticos y mujeres del pueblo obsequiaban a los delegados de mesa suculentos platos criollos.

Al contrario que en Colombia, no existían piquetes de policía custodiando y las elecciones se desarrollaron en un clima de tranquilidad. La paz terminó cuando comenzaron los primeros cómputos de votos. El claro fraude propiciado por el Gobierno opaca las elecciones que podrían haber sido las más libres de toda la historia boliviana. Los observadores internacionales coincidieron en declarar los comicios como fraudulentos y viciados. La clausura de las universidades sin ningún motivo desenmascaró las intenciones antidemocráticas del Gobierno. Los acontecimientos que luego se precipitaron han vuelto a empañar el panorama político boliviano. El recuerdo de antiguos enfrentamientos civiles que tan regularmente han enlutado al país ha obligado a los diferentes grupos a frenar a sus bases, pero nadie sabe hasta cuándo.

La anulación de las elecciones, los levantamientos armados en las provincias de Santa Cruz y Cochabamba, las huelgas y contrahuelgas y, finalmente, la renuncia del presidente Banzer, han marcado otra vez a La Paz con el clima de violencia. La rapidez de los acontecimientos impide a observadores y comentaristas atreverse a predecir el futuro. Tampoco nadie entiende dónde desembocará este momento histórico.

Mientras escribo este artículo, aviadores cruceños amenazan con bombardear La Paz. No sé qué sucederá mañana. Lo cierto es que la corta temporada de completa libertad que han vivido los bolivianos parece estar tocando a su fin.
 
Primeras elecciones libres

He transcrito los principales párrafos de los informes que enviaba, como periodista recién estrenada, entre junio y julio de 1978 – hace 40 años–, cuando los bolivianos asistieron por primera vez a elecciones con control social.

Desde el inicio de la República, el régimen electoral no permitía la participación de todos los mayores de 21 años porque les exigía saber leer y escribir y tener propiedades. Antonio José de Sucre soñó con la posibilidad de alfabetizar a las mayorías hasta 1830, ilusión que recién se cumplió a fines del siglo XX.

Entre 1826 –año de la primera Constitución Política– hasta 1880 hubo más gobiernos de facto que surgidos en las urnas. Después de la Guerra del Pacífico (1879) hasta 1929 se lograron estabilizar regímenes democráticos. Eran legales, pero no legítimos.

Con la Revolución de 1952 se consolidó el voto universal, que permitió a todos los mayores de 21 años, alfabetos o no, propietarios o no, mujeres u hombres, poder emitir su voto secreto.

En las elecciones de 1956 la participación fue masiva, pero la sombra del fraude –sobre todo en las ciudades y contra los votos favorables a la oposición– empañó la victoria del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que ganó oficialmente con más del 90%.

Esa situación empeoró en 1960 y en 1964. Después del golpe de Estado en noviembre de ese año, el 3 de julio de 1966, el Gobierno militar organizó comicios controlados. El general René Barrientos y el líder civil Luis Adolfo Siles ganaron con el 67% de los 1.099.994 votos emitidos y consiguieron casi todos los curules, gracias a un cálculo favorable de la Corte Electoral. La candidatura del héroe de la Guerra del Chaco,
Bernardino Bilbao Rioja, logró solo el 13% y el MNR, un diputado y un senador. Víctor Paz Estenssoro y Hernán Siles Zuazo estaban proscritos; sin embargo, los campesinos votaron claramente por la continuidad de la Reforma Agraria y otras medidas de la Revolución de abril.

Los grupos izquierdistas aliados al antiguo Partido de la Izquierda Revolucionaria (PIR) y del Frente de Liberación Nacional (Partido Comunista) lograron unos pocos votos. Fue la última elección con la participación de los partidos de la rosca, los liberales y demócratas.
En 1969 murió Barrientos en un accidente en el helicóptero donde viajaba a todas partes y se sucedieron golpes militares. En 1971 empezó la dictadura de Hugo Banzer hasta 1978.
 
Elecciones en 1978

Tanto por la apertura lograda por la histórica huelga de hambre de las mujeres mineras como por el contexto latinoamericano –especialmente en el Cono sur–, las elecciones del 9 de julio de 1978 en Bolivia llamaron la atención del mundo.

Quizá desde la guerrilla de 1967 no llegaban tantos corresponsales y equipos de la televisión internacional. Es posible revisar las hemerotecas de importantísimos periódicos como Le Monde, Excelsior, El País y encontrar los artículos de sus enviados especiales.

La Asamblea Permanente de Derechos Humanos de Bolivia (Apdhb) registró posteriormente todo lo que fue esa gran hazaña popular, desde la reconquista de un verdadero espacio democrático y resistencia proletaria y campesina (el despertar del gigante dormido) hasta el rol de los periodistas defendiendo las libertades, de los nuevos actores juveniles, de los intelectuales.

Oficialmente, con el gran fraude oficialista ganó el delfín de Banzer, Juan Pereda, y su fórmula Unión Nacionalista del Pueblo, UNP, con el 51%.
El primer dato absurdo es que hubo más participación que los casi dos millones de inscritos. (Pereda fue responsable en 1975 de la entrega de un bebé a la dictadura argentina que la ocultó con otro nombre, la triste historia de Carlita Rutilo/ Gina Ruffo; además fue acusado en su vejez de exhibir su sexo ante colegialas y de ser drogodependiente).

Hernán Siles y Jaime Paz, de Unidad Democrática y Popular (UDP), consiguieron el 25%, aunque era evidente que gozaban de un respaldo mayoritario.

El MNR, con Paz Estenssoro a la cabeza, logró apenas el 11%. Fue la primera vez con una candidatura agraria, Casiano Amurrio y minera y de una mujer, Domitila Chungara, por el Frente Revolucionario de Izquierda, FRI. 
Además, participaron la Democracia Cristiana con René Bernal, las corrientes indigenistas con Luciano Tapia, el socialista Marcelo Quiroga.
 
Golpe tras golpe

El fraude de la UNP fue tan burdo que la propia Corte Electoral nombrada por Banzer anuló las elecciones. Desilusionado, Pereda dio un golpe de Estado contra su patrocinador y Banzer no ocultó sus lágrimas al rendirse ante él.

Los militares, sobre todo el ala institucionalista que entonces defendía el honor de las Fuerzas Armadas bolivianas, no estaban contentos y apoyaron tres meses después otro golpe. El 24 de noviembre de 1978 asumió el general David Padilla; años después contó cómo decidían en parrilladas y a la suerte quién sería el nuevo presidente de Bolivia.

Se organizaron nuevos comicios para 1979, también ampliamente participativos, pero todavía confusos. No era fácil aprender las reglas de la democracia después de tantos años de dictadura. Fue elegido como presidente Wálter Guevara, quien no era candidato, como fórmula pacificadora.

En noviembre de 1979 hubo otro golpe cívico-militar liderado por Guillermo Bedregal, otras elecciones en 1980 y otro golpe el 17 de julio, sangriento y con la idea de perpetuarse 20 años en el poder.
 
Alianza política popular

Aunque después, muchos otros actores sectoriales y regionales quisieron adueñarse de la victoria popular para derrocar a los militares, fue la alianza política del proletariado y de los campesinos la que mantuvo la resistencia y consiguió poner en jaque a Luis García Meza, Celso Torrelio y Guido Vildoso.

El 10 de octubre de 1982 comenzó el segundo capítulo de las conquistas democráticas. Esa ya es otra historia.