Aparecen las historias de sufrimiento. Quitunuquiña, por ejemplo, es el pueblo de las mujeres solas porque sus maridos marcharon a luchar contra el fuego

El Deber logo
25 de agosto de 2019, 22:57 PM
25 de agosto de 2019, 22:57 PM

Margarita Pocubé es el ser humano que más ha perdido en el incendio que está destruyendo el Bosque Seco Chiquitano. A sus 69 años de vida se ha quedado con una mano adelante y la otra atrás. Su casa de madera, que había levantado en los mejores años de su juventud, ha sido devorada por el fuego la tarde del 15 de agosto, cuando estaba en Santa Cruz haciéndose medir el nivel de su azúcar. Su perra Yuvinka logró escapar antes de que el techo y las paredes se desplomen, pero sus ollas y sartenes, su cocina y su cama, su ropa y su carretilla con la que acarreaba agua desde Peniel se han convertido en escombros.

Peniel es un ranchito que se encuentra entre San José y Roboré. Y la casa de Margarita estaba a un kilómetro de Peniel. Hasta ahí iba todos los días con su carretilla para abastecerse de agua para tomar, para bañarse, para regar personalmente sus plantas de algodón y de limones que al cosechar le garantizaban el sustento para todo el año.

Ahora no tiene nada. Solo a su perra Yuvinka con la que comparte la habitación que una amiga suya le ha prestado para que viva mientras consiga una casa. El esposo de Margarita está en San José porque se ha puesto mal de salud. Ella le ha aconsejado. Le ha dicho que por lo material no se preocupe, que Dios no los abandonará, que levantarán un pahuichi en el mismo terreno y que si las autoridades cumplen con su promesa de ayudarlos, pronto volverán a la vida normal.

Margarita dice eso y su voz no está quebrada. Pero no esconde su tristeza cuando encuentra en los escombros los utensilios con los que cocinaba.

“Esta era mi caldera en la que preparaba el café”. El café lo disfrutaba con su esposo en un banco de madera que milagrosamente no se ha quemado. Es en ese banco donde quiere sentarse otra vez cuando vuelva a tener una casa y, para entonces, ella cree que el incendio ya habrá pasado, que será un lejano recuerdo.


Este par de niños con barbijos caminó un kilómetro hasta una poza comunaria para llevar agua a su casa. La pequeña era la que más fuerte tosía de los dos. Foto: Jorge Uechi

En Quitunuquiña las mujeres se han quedado solas

Sus maridos han salido a la serranía para proteger la toma de agua que está siendo atacada por el incendio, y sus hijos fueron evacuados a Roboré, al colegio Marista donde la Alcaldía ha instalado un albergue para curar las enfermedades causadas por el desastre. Ellas se han negado a abandonar el pueblo, bajo excusa de que deben quedarse a cuidar la casa, a apoyar a sus esposos que llegan en la madrugada, cansados y con mucha hambre.

La enfermera Linda Moldes llegó en la mañana a Quitunuquiña para trasladar a 12 niños en la ambulancia de la Alcaldía de Roboré. No pudo convencer a sus madres para que ellas también vayan y por eso llegaron a un acuerdo, para que permitan el traslado de sus hijos que presentaron cuadros de diarreas, faringitis, conjuntivitis alérgica, y faringitis.

Sus madres se han quedado con un nudo en la garganta y han pedido que tras que sus hijos se mejoren que por favor se los traigan de vuelta. Deisy López, ha pedido que por favor les hagan llegar leche porque sabe que la leche ayuda a desintoxicarse del humo.

Yanine Surubí está triste porque dentro de unas horas sus tres hijos serán llevados a Roboré en la próxima ambulancia que llegue al pueblo y porque su marido está desde hace 15 días intentando apagar el incendio.

Rosmery Osinaga agradece el envío de víveres por parte de autoridades y de gente solidaria. Bertha Rojas, llora porque le da miedo que se queme la manguera por donde baja el agua al pueblo y que fue comprada a fuerza de trabajo. Llora porque se llevaron a sus hijos y a sus nietos a Roboré. Sabe que es para curarlos, pero dice que igual los extraña.

En San Lorenzo Viejo, el incendio sí ha quemado la manguera que conecta con la bomba de agua y ahora están sufriendo al no tener el líquido elemento. Los pobladores se encuentran desesperados y quieren que se sepa que tampoco cuentan con energía eléctrica, pese a que la población donde viven 25 familias queda a 200 metros de la carretera bioceánica que une Santa Cruz con Puerto Suárez.

El alcalde de Roboré, Iván Quezada, ayer visitó San Lorenzo Viejo, confirmó que son más de 40 las personas evacuadas a Roboré para ser atendidas en el tema de salud, como también se comprometió en apoyar a las gestiones para que San Lorenzo tenga el servicio de agua y lo antes posible que les conecten energía eléctrica.