La orfandad, la drogas, la prostitución, el hacinamiento, el VIH y la indigencia son los fantasmas que hacen la vida de los ayoreos un calvario. Una crónica desde las entrañas de una comunidad que la sociedad no ve o se niega a mirar

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14 de abril de 2018, 18:41 PM
14 de abril de 2018, 18:41 PM

Tari Chiqueno saca cuentas con los dedos de sus manos y lamenta que el año pasado hayan muerto cinco mujeres ayoreas a causa del virus de inmunodeficiencia humana (VIH).

Y con esos mismos dedos sigue sacando cuentas y arrojando más datos negros: Sabemos que hay por lo menos 10 personas que tienen el VIH, dice preocupado el presidente de la Comunidad Ayorea Degui.

En la comunidad Degui varios hombres y mujeres están sentados en una ronda, disfrutando de la sombra de un árbol. Todos lo ven llegar a Domingo Ábrego -el hombre que es como su ángel de la Guarda y que les asiste de diferentes maneras-, que con una voz emocionada les dice que les ha traído varios regalitos. Y uno de los que está en la ronda le grita a voz en cuello: queremos condón. Y los demás se ríen. 

“El uso del condón puede ser una de las soluciones al VIH”, dice Tari, con una voz seria y sostiene que el consumo de drogas es otro de los males que padecen los ayoreos y la droga que usan es la clefa.

Mira el video:

María Micaela Rojas y Lizzt Ampuero son profesoras que imparten clases dentro de la comunidad. Ambas coinciden que entre los problemas que aquejan a los ayoreos es que no todos los alumnos van a clases porque sus padres no pueden obligarles. A ello se suma el drama de la drogodependencia que provoca que muchos niños sean criados por sus abuelos, dado que también muchos papás o más mueren de varias enfermedades como el VIH o el cáncer.

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Prostitución 
Hay varias jóvenes y adolescentes que se dedican a la prostitución y que ofrecen sus cuerpos “allá en la esquina, donde hay un motel”, cuenta Hortencia Etacore, y otros vecinos lamentan que algunas de ellas quedan embarazadas y que cuando dan a luz no se hacen cargo de sus hijos y que además corren el riesgo diario de contraer el VIH. 

Tari Chiqueno está a lado de una adolescente de 13 años y denuncia que ella ya hace uso de la clefa y que comercializa su cuerpo. La menor de edad afirma que Tari no miente y que un hombre suele ir a recogerla y que ella lo hace por dinero.

La prostitución es un problema que aqueja desde hace mucho tiempo, dice Tari. El pasado miércoles  tres mujeres de la Comunidad Ayorea Degui se declararon culpables del delito de robo. Las sentenciadas, que dijeron ser trabajadoras sexuales, estaban con detención preventiva en el penal de Palmasola hace más de ocho días, luego de que fueron aprehendidas por la Policía debido a la denuncia de un hombre, que contó que le quitaron su equipo celular cuando su motocicleta se dañó cerca del lugar donde ellas estaban. 

“Hay madres que venden su cuerpo de noche y los niños buscan a su mamá, sus abuelas no tiene para la leche”, lamenta Hortencia y como ella, otras personas que, como Tari Chiqueno, saben que la prostitución es otra plaga que está erosionando la vida de muchas mujeres: El VIH.

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Otros problemas
Lo que Hortencia Etacore más necesita en la vida es una silla de ruedas para poder trabajar con menos dolor. Su trabajo consiste en salir a la ciudad apoyada en un bastón para pedir limosna. Hortensia es parte de la Comunidad Ayorea Degui, una de las 450 personas que viven  en un terreno de 7.048 metros cuadrados que está en la Villa Primero de Mayo y que cuando empezaron a ocupar desde hace 40 años estaba rodeado por una vegetación que se parecía a sus primeras moradas en la selva, donde los pájaros no dejaban de cantar y los frutos del bosque impedían que conozcan el hambre.

Este pedazo de suelo que es lo único que tienen como territorio, les fue otorgado por la municipalidad en calidad de concesión gratuita y temporal. Ahí levantaron con sus manos más de 100 viviendas de barro, apretados entre un moderno hospital y un mercado en construcción, separados del resto del mundo por una barda enclenque que impide que ahí adentro, en Degui, los vecinos y el resto de la ciudad se enteren que sus ocupantes conviven y sobreviven con seis plagas y que algunas de ellas son mortales. 

La indigencia, que padece Hortencia, es una de las plagas y sus principales víctimas son los ancianos y los niños y quienes la sufren son arrastrados hasta las calles de la ciudad para estirar la manos y pedir limosna. Hay días en que salen en caravana, lo hacen a veces a pie o también en micros. Luego se ubican en las esquinas de las calles, cerca de los rompe muelles o de las rieles de los trenes, para aprovechar que los conductores reduzcan la velocidad de sus motorizados y puedan llegar a verles a los ojos y sus caras de hambre. 

“Me dió embolia. Necesito una silla de ruedas porque me canso cuando voy a pedir limosnita, me duele la pierna, a veces se me hincha. Si consigo hacer algo de plata compro arrocito para mi almuerzo y para mi cena me hago tecito. Mi cuerpo está con alergia, me pica, no puedo dormir toda la noche”, se queja y con una de sus manos se rasca su barriga. 

Hasta el pasado martes Hortensia necesitaba una colcha para espantar los escalofríos que siente en las noches. Pero ese día se le hizo el milagro. Domingo Abrego, un ciudadano solidario que dedicó muchos años de su vida a luchar por los niños que viven en situación de calle, y que ahora está sin empleo, le llevó esa colcha que tanto necesitaba Hortencia.
 

Hortencia ahora tiene colcha pero sigue sin tener un carné. Por eso no puede cobrar la Renta Dignidad que en Bolivia reciben todos los mayores de 60 años y ella dice que nació el 28 de febrero de 1953. Para no olvidarse de esa fecha importante, alguien se lo ha escrito en un cartoncito arrugado que guarda con esmero en una bolsa pequeña en un rincón de su cuarto de barro. 
  
Niños huérfanos
Tari Chiqueno es el presidente de la Comunidad Ayorea Degui y tiene varios datos en la punta de su lengua. De los 450 habitantes que vivimos aquí -dice- 85 son menores de edad y muchos de ellos son huérfanos de padre o de madre y en algunos casos, de ambos.

Luisa Picanerai ha batido el récord en la comunidad porque no solo ha criado a sus hijos, sino también a muchos nietos, bisnietos y a hijos que quedaron huérfanos. Ahora tiene 82 años de edad y todavía carga con la responsabilidad de criar a una bisnieta que tiene 12 años de edad cuyos padres murieron cuando era una bebé. 
Jenny y Ruthy Picanerai son hermanas y tienen más de cuarenta años. Ambas  son nietas de Luisa pero la quieren como a una madre porque ella las terminó de criar cuando fueron abandonadas por sus padres. 

Luisa tiene el cabello entre blanco y ceniza y sus manos elaboran unos tejidos que ofrece en las calles de la ciudad, por donde se la ve caminar con un bastón de profeta, despacio, calzando unas chancletas viejas y despacio, como también camina ahora, por el patio de la Comunidad Degui rodeadas de niños, de jóvenes y de adultos que la cuidan en agradecimiento a esos años que ella les dedicó cuando quedaron huérfanos de la noche a la mañana.

Tari Chiqueno mira a varios niños que juegan en el patio a la pelota y va enumerando a los que han quedado huérfanos de padre o madre, ya sea porque el papá o la mamá murió o abandonó el hogar.