El Deber logo
21 de agosto de 2019, 4:00 AM
21 de agosto de 2019, 4:00 AM

La aprobación de la ley 026 del Régimen electoral (30 de junio de 2010) permitió a las mujeres cupos de participación dentro del sistema político. Esto constituyó un importante avance como base legal de no exclusión en la conformación del gobierno nacional y local, ya que con cualquier pretexto las mujeres quedaban marginadas.

El paso legal está dado, pero la incidencia de las mujeres todavía no se hace sentir y, hoy por hoy podemos considerar que nos encontramos ante el riesgo de siempre, que es el que los nuevos sujetos de inclusión (las mujeres en este caso) seamos absorbidas por el sistema que actúa como un monstruo devorador que no admite cambios substanciales y de fondo y que siempre se acomoda para que todo permanezca más o menos en lo mismo.

La presente inclusión sigue siendo usada por los partidos políticos para dar palestra y poder a mujeres que son utilizadas para reproducir el discurso de fidelidad al jefe o caudillo de turno y por ende estamos ante el riesgo de convertirnos en generadoras y reproductoras de las mismas prácticas y opresiones que continúan en vigencia. El primer paso es llegar a los espacios de poder, pero el paso importante es ejercer el poder real desde esos espacios y no servir de títere o de actor conveniente y utilizable.

Para ejercer un poder real, las mujeres debemos tomar conciencia de que los siglos de marginamiento sufridos nos ponen codo a codo con todos los marginados por ideología, raza, credo o condiciones de sexualidad, así como por fajas etarias como infancia, vejez, etc. La oportunidad de ocupar puestos de poder nos exige hablar por los que nunca han tenido voz, la inclusión no puede reducirse a pasar a engrosar la lista de quienes corean consignas partidarias y arengas por el jefe y sus intereses. La lealtad a una sigla política tiene que ir de la mano del respeto a reivindicaciones y a la búsqueda de cambios reales que son sensibles y necesarios para aspirar a un mundo más equitativo, justo y con mayor inclusión.

En el presente nos encontramos ante una justa electoral cuestionable y plagada de ilegalidades y que por ende representa un riesgo para la preservación de la democracia. No hemos escuchado voces de mujeres que se muestren claras y firmes en la defensa del bien mayor que es el del país antes que del partido en el que están afiliadas y supuestamente incluidas. La inclusión solo es efectiva cuando los sujetos sociales que han sufrido el embate de la opresión y el marginamiento luchan por revertir injusticias y malestares sociales, caso contrario sólo pasarán a ser parte del cupo de “calienta sillas y levanta manos” y en ningún caso actores de cambio.

Las mujeres debemos organizarnos y nutrir nuestra participación ciudadana desde plataformas y colectivos que nos permitan generar políticas de reivindicación de cambios sensibles y necesarios. Sabemos que hoy la agenda nacional tiene muchos temas ineludibles, entre ellos la vigencia de una democracia plena.