Opinión

El trabajo y la vida

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29 de abril de 2024, 12:03 PM
29 de abril de 2024, 12:03 PM


Claudia Vaca*
 Trabajadora de la educación, ciencia y cultura

El desempleo, la normalización de los pagos retrasados y abuso por parte de los empleadores en Bolivia y en varios países del mundo, constituye un problema estructural que impacta la calidad de vida de los seres humanos, y, por lo tanto, demanda atención urgente. 

La precariedad laboral, la escasez de oportunidades y la exclusión social, sigue sumiendo a millones de personas en condiciones de sobreexplotación y pobreza extrema, a trabajar en tres o más países con diferencias horarias significativas, sin contratos, y con la sola confianza de que te van a cumplir la palabra, etc. evidenciando una informalidad, crisis de las mismas empresas que contratan, una debilidad en la estructura del derecho al trabajo con salario digno y el bienestar de la población. Las formas de engaño laboral, explotación que surgieron postcovi19 también agudizan esta crisis laboral.

El Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 8 hace hincapié en la necesidad de promover un crecimiento económico inclusivo y sostenible, así como el acceso al empleo pleno y productivo, en línea con el concepto de trabajo decente para todos. Sin embargo, la realidad de quienes trabajamos y dependemos de nuestros trabajos para sostener nuestras vidas y las de quienes amamos, nos muestra un panorama que está lejos de cumplir ese objetivo.

Las cifras de desempleo en países como Colombia, Perú, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina son alarmantes, reflejando la magnitud del problema. En Bolivia, si bien las estadísticas oficiales señalan una tasa de desempleo del 3,6%, organizaciones como el Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo (Inesad) y la Central Obrera Departamental (COD) revelan que la mayoría (71%) de los empleos son informales, autoempleos, no hay seguridad ante accidentes, etc.
Esta situación se traduce en la falta de garantías laborales básicas, como salarios dignos, jornadas laborales justas y acceso a servicios de salud y educación. La proliferación del comercio informal y autoempleo refleja la incapacidad del sistema para generar empleos estables. 

El acceso a servicios de salud para los trabajadores también se ve comprometido, a pesar de los esfuerzos del gobierno boliviano por implementar el Sistema Único de Salud (SUS), la brecha entre la población que necesita atención médica y quienes la reciben sigue siendo significativa, muchas personas fallecen porque no se les da atención temprana a sus síntomas o los mismos médicos están en situación precarizada, sin salarios decentes, puntuales y sin ítem, o sin tecnología médica que agilice la atención al paciente.

Está también la politización de los puestos de trabajo, el clasismo arraigado en la sociedad que se reproduce en las mismas instituciones educativas y de toda índole; el deterioro económico, las políticas fiscales que empeoran la situación de las familias, trabajadores y empresarios, etc. son solo algunos de los obstáculos que deben abordarse de manera integral y urgente. 

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha destacado varios desafíos laborales mundiales posteriores a la pandemia de COVID-19:

a)    Impacto en el empleo: La pandemia ha causado una pérdida masiva de empleos en todo el mundo debido a cierres de empresas, restricciones de movimiento y recesión económica.

b)    Precarización del trabajo: Muchos trabajadores se han visto obligados a aceptar condiciones laborales precarias, incluidos contratos temporales, salarios bajos y falta de protección social.

c)    Desigualdad: La crisis ha exacerbado las desigualdades existentes, afectando de manera desproporcionada a los trabajadores vulnerables, como mujeres, jóvenes, migrantes y trabajadores informales, personas neurodivergentes, adultos mayores que ante las precarias jubilaciones necesitan seguir trabajando. La pobreza ha mostrado sus distintos rostros y han aparecido nuevos.

d)    Teletrabajo y digitalización: Si bien el teletrabajo ha permitido a muchas empresas mantener la actividad durante la pandemia, también ha resaltado la necesidad de abordar cuestiones como la desconexión laboral, la seguridad informática y la brecha digital, el impacto en la salud general de quienes combinamos presencialidad en un país con teletrabajo en otros, experimentando más de una forma de explotación, porque no queda otra, accedemos a trabajar para más de un país, la mayoría de las veces, sin contrato; trabajar para más de un país implica estar alerta y en estado laboral 17 a 19 horas al día, considerando la diferencia horaria como ventaja (a corto plazo), y como deterioro de la salud y la vida (a largo plazo).

Estos desafíos planteados por la OIT lo vivimos millones de personas en el mundo entero. La violencia laboral que se vive, tanto adentro como afuera de nuestros países, se ha normalizado en el mismo imaginario de las personas trabajadoras. La lucha por nuestros derechos laborales sigue vigente, y siendo realista, no hay luz al final del túnel.

Solo queda la lucidez y seguir luchando, junto a las mujeres que un 1º de mayo pusieron sobre la mesa el problema de la explotación y lo derechos laborales, no se dejaron silenciar, lucharon por mejores condiciones laborales para ellas y para sus maridos, porque querían mejor vida para sus hijos e hijas, porque sabían que la vida y el trabajo son una. 

Hoy por hoy, es fundamental actuar con tolerancia cero ante la violencia y acoso laboral, exigir lo que por derecho fundamental nos corresponde, denunciar los abusos, porque si son silenciados, quedan invisibles al sistema y quedan impunes, y se sigue reproduciendo la violencia contra la vida de las trabajadoras y los trabajadores.

*Claudia Vaca/ Trabajadora de la educación, ciencia y cultura

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