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¿Y dónde están las columnistas?

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27 de noviembre de 2017, 16:24 PM
27 de noviembre de 2017, 16:24 PM

A veces olvido que hace apenas 65 años atrás las mujeres bolivianas no podían votar y tenían una participación casi nula en la vida pública del país. En la generación de mi madre fueron escasísimas las mujeres profesionales (de las cuatro hermanas Serrate, solo una de ellas estudió para maestra, a diferencia de los cinco hermanos que sí estudiaron todos una profesión).

En las décadas siguientes el mundo cambió y las mujeres fueron a la universidad y se integraron a la fuerza laboral remunerada y a la política (eso sí, ganando menos que los hombres y sin liberarse del trabajo doméstico).  Pero cuando despertaron -cuando despertamos-, el dinosaurio todavía estaba allí. Las leyes cambiaron, pero la ideología machista que invisibilizó a las mujeres durante siglos sigue actuando para mantener esa invisibilización. 

Algunos días atrás monitoreé la sección de columnistas de El Deber durante una semana. Me encontré con que en ese periodo, de 30 columnas de opinión, 26 habían sido escritas por hombres y solo 4 por mujeres–en concreto, las columnistas eran Claudia Peña, Betty Tejada, Lupe Cajías y Erika Brockmann.

Si bien el periódico recibe contribuciones espontáneas, los columnistas fijos (aquellos que escriben con una frecuencia regular, como en mi caso) somos elegidos e invitados por el periódico. ¿Será que solo el 13% de las mujeres somos capaces de decir algo relevante, a diferencia del 87% de los hombres?. En una sociedad donde hay mujeres sociólogas, economistas, abogadas, escritoras, historiadoras, psicólogas, ¿por qué los hombres siguen ocupando un lugar exageradamente desproporcionado en el debate público?.

Hace poco, cuarenta escritoras colombianas publicaron un comunicado en el que protestaban por la ausencia de mujeres en el evento principal  del “año Colombia-Francia” que se llevó a cabo en París, organizado por el Ministerio de Cultura y la  Biblioteca Nacional de Colombia. A esa mesa fueron invitados diez escritores y ninguna escritora, a pesar de que Colombia tiene varias autoras reconocidas como Carolina Sanín, Margarita García Robayo y Laura Restrepo, por mencionar solo algunas.

Carolina Sanín escribió: “Es inaceptable que haya un panel de 100% hombres si se va a hablar de un oficio que practican hombres y mujeres. Es inaceptable también que en ese panel haya 10% de mujeres, o 20% de mujeres, o cualquier porcentaje inferior al 50%”.  Al momento de cerrar esta columna, tres de los escritores invitados a esa mesa –Juan Cárdenas, Sinar Alvarado y Juan Álvarez- habían decidido no asistir en solidaridad con sus colegas mujeres. 

Antes de ese incidente, la escritora peruana Gabriela Wiener rechazó participar de la mesa “Tendencias contemporáneas de la literatura peruana” que se realizó en Casa América en Madrid, organizada por la embajada de su país, porque no aceptaron incluir a otra mujer en un panel en el que había ya cuatro escritores varones. En esa ocasión Wiener había pedido a sus colegas –para colmo amigos suyos– que no participaran de la mesa en solidaridad, pero solo Sergio Galarza accedió, y el evento se mantuvo con la presencia de los otros escritores.

Poco antes, Wiener había estado en el stand de Perú de la feria del libro de Bogotá, y se encontró con las gigantografías de los autores –desde el Inca Garcilaso a Santiago Roncagliolo– que representaban a Perú: “De repente lo supe. No había una sola foto de Blanca Varela. Ni de Carmen Ollé. Ni de Clorinda Matto de Turner. Ni mucho menos de Pilar Dughi o Giovanna Pollarolo, Laura Riesco, Magdalena Chocano (…). Ni una sola escritora estaba retratada en esa panorámica de nuestra literatura. No solo era incompleta, parcial, era injusta y discriminadora”.

Reflexionando sobre las palabras de Wiener, recuerdo con bochorno las veces que me preguntaron sobre mis lecturas favoritas y di una extensa lista de escritores en la que casi no figuraba ninguna mujer. Yo también fui educada en “esa pedagogía muy extensa que excluye a la mujer” a la que se refiere la escritora chilena Diamela Eltit en una entrevista a la que llegué gracias a Fernanda Trías. Eltit habla de la necesidad de “nombrar a las antiguas”, porque si no lo hacemos estamos “des-nombrándonos” a nosotras mismas, perpetuando un sistema de exclusión que nos afecta a todas. Me reconozco en este des-nombramiento, porque me tomó increíblemente mucho tiempo darme cuenta de este sistema de exclusión y empezar a buscar a esas mujeres que escribieron y que fueron invisibilizadas por el hecho de ser mujeres.

En una época yo pensaba que era afortunada por ser una de las pocas escritoras tomadas en cuenta en Bolivia. Ya no considero un privilegio ser aquella a la que dejaron entrar a un club predominantemente masculino, porque mientras esa dinámica siga operando la palabra de una mujer seguirá valiendo menos que la de un hombre y se seguirá naturalizando la invisibilización de las mujeres en la esfera pública. Necesitamos las voces de las escritoras, las académicas, las pensadoras, las activistas. Es imperativo hacer un esfuerzo genuino por incorporarlas a la discusión pública. Y por eso le pregunto a El Deber, con cariño pero también con firmeza: ¿y dónde están las columnistas?

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