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17 de noviembre de 2018, 4:00 AM
17 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Cada vez menos dudas pueden haber para entender que Charly García es el mayor referente del rock en español, un genio musical que cruzó todas las corrientes de ese río.

El que creó maravillas sobre el folk, el progresivo, el blues, la sicodelia, el funk/punk, el hard, el fusión con jazz y tango y, con seguridad, el que podría fundar armonía sobre las piedras informes del subgénero que quiera, como si componer música fuera exactamente lo mismo que caminar por el patio de su casa creyendo ver en las divisiones de las cerámicas el pentagrama de una partitura.

Quizás el único ególatra con sentido y, por tanto, absolutamente tolerable. El del oído absoluto, el rey de las melodías, el “que tocaba el piano como un animal”, el de las letras escritas por el inconfundible poeta que, aunque quizás esto no lo sepa, es él mismo. El que revivió para reinventarse.

El de Sui Generis, La máquina de hacer pájaros, Tango, Serú Girán, Charly el de la “primera época” solista y el de Say no more y el de cómo 30 discos extraídos directo de su inagotable subconsciente, sí, todos esos es Charly pero también muchos otros músicos que se reconocen mirándose en él, como si Charly también tuviera la capacidad de proyectarse infinitamente, como si en verdad fuera un ser esencialmente musical y nada más que eso y que patalea, rompe teclados contra el piso o se lanza del piso 9 cuando lo distraen tontamente del universo donde ha decidido habitar.

Recién se proyectó su documental en Nat Geo, que como todo documental es previsible que lo describiera amablemente.

Este no fue la excepción, con el agregado de testimonios de notables artistas musicales que, renunciando a soberbias habituales, expusieron una elocuente pleitesía hacia un Charly que realmente se lo merece y casi es poco, sobre todo ahora, cuando la “música” ha tomado rumbos artísticamente decadentes, como el trap o reguetón: “¿Quién te creés que sos, Beethoven?, le preguntó alguna vez alguien. Y él dijo: “Sí”.

Salvando las distancias y su propia insolente ironía, para algunos de nosotros es así y no dejará nunca jamás de serlo.

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