Opinión

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Un presidente de ficción

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30 de julio de 2018, 4:00 AM
30 de julio de 2018, 4:00 AM

Hoy he amanecido con mucha imaginación y pienso dar el salto a la ficción, escribir un pequeño texto al margen de la crónica de la realidad que me ha venido ocupando durante casi toda mi vida. Había una vez un presidente de una nación al que le gustaba el fútbol. Le gustaba tanto que lo ocupaba como terapia antiestrés en los intervalos de viajes que realizaba a lo largo y ancho del jirón patrio. El señor presidente tenía armada toda una estructura que lo hacía creer que él era el rey del mambo, el último jugador de las ligas internacionales, el nuevo mesías de la selección nacional y que invitaba a exjugadores que alguna vez estuvieron en un mundial de la FIFA y a locutores profesionales para que relaten sus partidos y lo transmitan por el canal estatal.

Quería que todo el país admire su juego de cintura, las gambetas que concretaba gracias a que el equipo contrario le facilitaba para que él no se enoje, para minimizar el riesgo de golpearle en las refriegas naturales del partido, para evitar que el primer hombre de la patria repita lo que ya había hecho alguna vez, cuando en un encuentro amistoso entre el oficialismo y la oposición, el presidente, tras recibir un planchazo en la espinilla, se acercó a su rival y le dio un rodillazo en la entrepierna, tumbándole en el suelo. El árbitro también sorprendió con su determinación: le sacó tarjeta roja al jugador golpeado y el mandatario pudo terminar el partido con la frente en alto y victorioso, demostrando así que al jefe de Estado no le gusta perder.

Al presidente de esa nación también le gusta que los goles que él hace sean celebrados por la banda militar. Eso lo descubrió cuando jugó contra unos militares y empezó a sentir celos cuando la banda tocaba para festejar los goles del comandante del equipo contrario. El presidente pensó cómo aplicar una decisión disciplinaria para que todas las bandas del país celebren cuando él infle las redes del arco con sus goles espectaculares. Su excelencia, en su infinito poder, tuvo la gran idea de hacer arrestar durante dos días a los miembros de la banda que tuvieron el atrevimiento de no tocar para él, para que nunca más en la faz de ese país alguien ose no celebrar con bombos, platillos y cornetas los goles que tanta falta hacen a un país golpeado históricamente por el imperio.

No sé si esta historia pueda ser creíble, si pueda funcionar para que haga mi incursión en la ficción. Pero también soy consciente de que la realidad puede sorprendernos y que en este mundo puede que haya un presidente de verdad que con sus actos sea capaz de inspirar la creación sin que algunos ciudadanos como yo, tengamos que hacer uso de sus sueños para intentar escribir una obra de literatura.

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