Opinión

Trabajando para el enemigo

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2 de abril de 2019, 4:00 AM
2 de abril de 2019, 4:00 AM

En la última semana hemos sido testigos de una serie de enfrentamientos entre dos fuerzas de oposición, Unidad Democrática y Comunidad Ciudadana. Las declaraciones de dos legisladores de UD en contra de Mesa mostraban una clara orientación electoral que puesta en escenario está muy lejos de sumar las fuerzas del detractor, tanto como está lejos de restar las fuerzas de Comunidad Ciudadana. En otras palabras, mero fuegos artificiales que terminan debilitando la ya precaria imagen de la oposición en su conjunto. El hecho pasaría desapercibido si no develara la miopía de la oposición boliviana, pues en una lógica democrática y verazmente patriota, se suponía que la unión era la mejor vía de neutralizar la inconstitucional candidatura de Evo Morales, cosa que por cierto no va a suceder. El caudillo participará ilegalmente de los comicios de octubre contra viento y marea, la Constitución, las leyes y la voluntad popular.

Parece que de una forma en unos más clara que en otros, todos hemos comprendido que estas elecciones no son similares a las que el pueblo experimentó en los últimos trece años. En estas no se juegan las diferencias siempre menudas entre las fuerzas políticas en contienda electoral. En octubre los ciudadanos elegiremos entre dos modelos de Estado, uno de claras tendencias totalitarias y el otro de claras tendencias democráticas. El ciudadano común no va a prestarle mucha atención a las variaciones casi micrométricas entre un partido de oposición y el otro, pues el común denominador que los hace identificables como oposición está dado porque comparten la defensa de la democracia expresada en la lucha por hacer valer los resultados del 21-F en contraposición a las claras pretensiones prorroguistas y antidemocráticas del régimen. Debilitar las de por sí débiles fuerzas de la oposición resulta absolutamente incoherente, y aunque es poco probable que los diputados que desataron la polémica en contra de Mesa sean alfiles del MAS, su estrategia los ubica en la misma rasante antidemocrática del candidato oficialista.

Una posición más coherente con las aspiraciones de la sociedad civil aconsejaría reconocer que las distancias y proporciones entre el candidato oficialista, (E. Morales) y su adversario más próximo (Mesa) no van a sufrir -en lo que queda hasta octubre- variaciones sustanciales que cambien la actual correlación de fuerzas. Los partidos con caudales de apoyo que van del 8% al 2% podrán crecer en proporciones tan bajas que no van a alterar en nada las posibilidades del MAS. Frente a este escenario futuro, darse a la tarea de denostar al único candidato que puede hacerle frente al caudillo no solo les resta credibilidad, sino, además, le suma posibilidades al único que la oposición quiere neutralizar, es decir, a su adversario común: Evo Morales.

Se supone que estas justas electorales deben expresar los perfiles que en trece años de desgobierno transformaron la política en Bolivia. Aunque todos los actores involucrados se declaran “nuevos” y “renovados”, la aguda percepción del ciudadano común empieza a reconocer que solo son más de lo mismo, y el pueblo “huele” más apetitos personales que una verdadera vocación por recuperar la democracia. Lo grave de todo esto es que, desperdiciar esta única oportunidad de sacar al MAS del poder daría como resultado una dictadura en la que, sus aspiraciones partidarias o las personales, tendrán que esperar mucho tiempo antes que Evo decida dejar la silla presidencial.

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