Opinión

Sobre los gastos reservados

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30 de junio de 2018, 4:00 AM
30 de junio de 2018, 4:00 AM

Los políticos masistas profesionales que conocemos le han enseñado a S.E. a no decir las cosas por su nombre. Han tenido que reeducarlo. Le han enseñado el arte del disimulo. Para eso están los eufemismos que lo enredan todo y que engañan al pueblo. Como un solo ejemplo, el MAS archivó de su léxico las palabras “gastos reservados”, y ahora esos cuantiosos gastos son parte del presupuesto del Ministerio de la Presidencia. Entonces, se dice que S.E. no tiene gastos reservados, ni el ‘vice’, ni nadie, pero todo porque el término es malsonante y por tanto hay que dejarlo en el pasado, con los neoliberales. Mientras tanto, se derrochan millones indiscriminadamente en el afán insano de autobombo presidencial.

Hay que tener el cuero bien duro, cuero de paquidermo, para decir que la revolución “democrátic#o-cultural” acabó con los gastos reservados porque eran una afrenta a la pobreza. Eufemísticamente, los miserables dólares que administraban para erogaciones urgentes los anteriores mandatarios se borraron del presupuesto, y en vez de ser un ítem más, se convirtió en el más millonario de los gastos reservados que mente humana pueda sospechar. Los más de 4.000 millones de bolivianos otorgados al Ministerio de la Presidencia para esta gestión, sufragan no solo los onerosos viajes de S.E. 

(que por cierto ahora está en Roma para decir que es íntimo del hermano Francisco), sino que dan para compras de todo tipo sin licitación, para construcciones al gusto de S.E., para su seguridad (está más cuidado que Trump o Putin) y además para ‘amansar’, bajo la mesa, a los adversarios molestosos.

Antes era el Ministerio del Interior quien manejaba los gastos reservados y una mínima parte el Palacio de Gobierno. Ahora el Ministerio del Interior seguramente que debe tener gastos reservados para espiar, sobornar, comprar gases con urgencia, pero el grueso de la platita, la marmaja, ya cambió de dueño. Esta vez, sin eufemismos, digamos que los más de 4.000 millones de bolivianos del Ministerio de la Presidencia están para promover la imagen de S.E. y para acallar a sus opositores. Ese caudal, ya lo han dicho los medios, es superior al presupuesto de las nueve gobernaciones juntas, y, de lejos, al de los miserables ministerios de Salud y Educación. 

Todo en Bolivia son mentiras y eufemismos. A las cosas se le cambia el nombre y sigue la misma vaina. En el país cambiaron los gobernantes, pero ha empeorado la forma de gobernar, salvo, claro, que ahora todos quieren ser indios sin serlo, obligar a hablar aimara sin hacerlo ellos mismos, amar a la Pachamama sin respetar los bosques, abrazar al papa odiando a la Iglesia, aprobar leyes contra el racismo propalando la superioridad de su propia raza, y muchas otras farsas más que se disimulan con palabras sacadas de la galera. 

Un ejemplo patético es que los poderes del Estado han cambiado de nombre y ahora son órganos. Se han convertido, ciertamente, en órganos exclusivos del MAS. Y otro, que muestra el peor de los engaños, es manifestar públicamente, como ha hecho S.E., que si perdía en el referéndum del 21-F, desistiría de su candidatura, para al día siguiente hablar de que habría un “segundo tiempo”. Y decir que su misión es “gobernar escuchando al pueblo”, cuando lo cierto es que el pueblo implora que se vaya de una vez. 

Con los eufemismos, las mentiras, y el abundante dinero, este régimen ha superado lo que ningún otro podría soportar. Se ha prorrogado en el poder gobernando mal, quiere seguir montando el potro aunque corcovee, hace alarde de poder, y tiene el tupé de decir que es decente y honrado porque ya no existen en Bolivia los gastos reservados. ¿Qué hacer para que se vayan a su casa?

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