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20 de septiembre de 2018, 4:00 AM
20 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Yo en un taxi yendo del aeropuerto hacia el centro de la ciudad. A mi lado, un cochabambino hablando de la comida deliciosa de los valles. Conducía un camba, acullicando como si esa práctica fuera tradicionalísima en los llanos. Al lado del conductor, un potosino hablando de la montaña milenaria de plata. Todos en el automóvil, sin embargo, conversando sobre la diversidad majestuosa e impresionante de Bolivia.

Avenidas repletas de autos y muy anchas, como si fuesen las mejores autopistas de los países del hemisferio norte. Pasando rápido a nuestro lado, fábricas e industrias que sugieren una verdadera ciudadela gremial o corporativa. De un lado al otro se ven obreros, ingenieros, arquitectos y técnicos caminando con planos y estadísticas entre manos. Palmeros agitando sus follares por la obra del viento huracanado. ¿Dónde están esas callejuelas de tierra que servían de canal a los carretones jalados por caballos? ¿Qué pasó con esas casas de una sola planta y con techos de teja que simulaban las más soberbias construcciones señoriales de occidente? Y no son más. Han sido reemplazadas por autopistas de alto tráfico y por edificios muy altos -muchos de ellos aún en obra gruesa- que se van levantando y algunos incluso enjalbegando, poco a poco.

Es una ciudad intensa, ciertamente. Es una ciudad dinámica que se proyecta como una verdadera capital de las finanzas y la economía. Su arquitectura también encanta. Hay hoteles cuya vanguardia arquitectónica se cifra en vidrios ovalados, pilares prismáticos y portones como cilindros. Muchas geometrías engalanan el ingenio de los arquitectos de esta urbe que cautiva por sus formas. No hay simetría y la desigualdad de líneas reina porque los nuevos estilos y el modernismo así lo determinan.

Y es, por otra parte, una marmita de culturas y costumbres. Todas las razas unen sus potencialidades aquí. ¿Qué necesita Bolivia más que un centro cohesionador de la nacionalidad? Está en este lugar, en Santa Cruz. Lo que un día fuera utopía de partidos políticos, la alianza de clases y la consolidación de la nacionalidad, puede hacerse en muy poco tiempo realidad en esta urbe.

Soy paceño y mi estirpe es de La Paz, pero nunca como ahora podría estar más enamorado de Santa Cruz y de sus encantos. Si de Sucre y Potosí son el misterio y la melancolía, si a La Paz pertenece la fuerza teogónica de los Andes y a Oruro la potencia del metal; si de Tarija es el vino y Beni posee las más frescas y virginales selvas; si Cochabamba acoge el aire tibio de los valles y Pando la frescura vivificante de la naturaleza, a Santa Cruz le pertenecen, ahora más que en ningún otro tiempo, todas esas cosas reunidas en una fuerza unívoca.

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