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26 de marzo de 2019, 4:00 AM
26 de marzo de 2019, 4:00 AM

Hay los que hablan de revolución, de democracia, de solidaridad y luego llegan a su casita en la zona sur y guardan el discurso. Y hay quienes hacen la revolución, construyen la democracia y practican la solidaridad. Iván Nogales era de estos últimos.

No conoció a su padre pues este, obrero fabril, partió hacia Teoponte a la guerrilla y ahí murió. Idelfonso Nogales era trotskysta como lo era Raúl Ibargüen pero cansados de solo hablar de la revolución tomaron las armas y fueron fusilados por los militares a pesar de haberse rendido. Iván fue criado por su madre bajo los ideales de que un mundo diferente era posible. Ella era una revolucionaria, pero su práctica no fue la calle fue la casa y la formación de sus descendientes.

Con los años encontró este en el teatro como reafirmando aquello que decía Shakespeare de que el mundo entero es un inmenso escenario.

Lo suyo fue la actuación y la puesta en escena. Pero, y no es pequeño detalle, eligió a niños en situación de calle como compañeros de aventura. Y formó el teatro Trono y el grupo Compa (sí, así como se decían los guerrilleros sandinistas en Nicaragua: compa). Y acogió a esos chicos y chicas largados de la mano de Dios, alcoholizados y embrutecidos por la clefa para que cuenten, para que narren, para que miren el futuro a través de la interpretación.

Y así construyó este proyecto en El Alto, más precisamente, en Ciudad Satélite, el viejo barrio construido para la clase media pobre en los sesenta y setenta. Ahí lo conocí. Como tampoco a mí ya el trotskismo en la universidad me bastaba me fui hasta la ciudad proletaria.

En esos fríos y en esos calores recibí lo mejor de mi formación. Coincidió ese tiempo en que el neoliberalismo me expulsó de la UMSA, primero de por vida, luego por cuatro años. De esta manera comencé a buscar nuevos horizontes: por un lado, lo aimara y Achacachi (de ahí mi trabajo sobre los Packochis) y por otro, El Alto donde comencé a ser periodista.

Nos encontramos de nuevo cuando yo trabajaba en la embajada de Holanda. Fueron los ciudadanos de los Países Bajos los más solidarios con proyectos como el de Trono. Y eso permitió muchas giras a Europa que admiró el arte de los chicos en situación de calle de Bolivia.

Recuerdo, como si fuera ayer una charla en la que estaba Iván. Yo había creado recientemente Extra convencido de que había que hacer un periódico que la mujer de pollera y la de las ciudadelas de Santa Cruz tuvieran su propio medio de comunicación, uno que contara no las dichas, venturas y desventuras de los ricos, sino la de los pobres. Ahí dije que tenía derecho a equivocarme. Y él dijo que sí, que tenía derecho a errar, a lo que no teníamos derecho es a no hacer nada. Y con errores y aciertos vamos haciendo. Ahora sin Iván, quien hizo mucho, pero mucho. Nos hará mucha falta, ahora que se bajó el telón para él, y un poquito para nosotros.

 

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