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7 de septiembre de 2018, 4:00 AM
7 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Aprovecho mi columna del primer viernes de septiembre para rescatar un texto que -de pura casualidad-, encontré hojeando las páginas de la voluminosa obra Bolivia en el Primer Centenario de su Independencia (1825-1925), un libraco de más de mil páginas ilustradas, publicado como un homenaje a la república, durante la presidencia del Dr. Bautista Saavedra.

Entre las muchas curiosidades de esta titánica publicación, en la sección que se menciona a Las ciudades del Oriente, Fabián Vaca Chávez firma una original descripción de cómo veía a Santa Cruz de la Sierra en 1925: “Es la ciudad de Santa Cruz de la Sierra la que ocupa un área más extensa entre todas las de la república y acaso la más típica y original por el carácter de su arquitectura y la magnificencia de su panorama. Más que una población urbana, semeja una aglomeración de quintas, con sus jardines y sus huertos cuajados de flores y de árboles frutales”.

“Aunque en los últimos tiempos ha mejorado notablemente la construcción de sus edificios públicos y particulares, Santa Cruz es una ciudad singular que conserva sus amplias viviendas coloniales, con sus blancos patios de arcadas moriscas, en los cuales no falta el aljibe de agua cristalina y fresca. Vista desde una eminencia, las casas desaparecen bajo la tupida fronda de los naranjos que al final del invierno envuelven la población en un embriagante perfume”.

“En una gran parte las casas son de bajos. No existe pavimentación de ninguna clase. La ciudad se levanta sobre el antiguo lecho del Piraí, de arenas doradas, que dan a la población el aspecto de un enorme parque, con sus interminables calles sombreadas a uno y otro lado por espaciosas galerías que resguardan al transeúnte de los furores del sol y de la lluvia (…) el sello propio, inconfundible y poético de Santa Cruz de la Sierra, lo dan sus viejas casonas de adobe, con sus tejados invadidos por la vegetación, sus anchos corredores y sus columnas de cal y de ladrillo. En las enormes salas oscila constantemente la limpia y vistosa hamaca, orlada de blondas, el mueble preferido e infaltable, la “chaise-longue”, el sillón americano y hasta la cama de los hijos del Oriente”.

“Y no es solo Santa Cruz de la Sierra la patria de las mujeres de ojos andaluces y árabe esbeltez; no es solo el país de los naranjos, del jazmín del Cabo, de las palmeras y de los pavos reales. Es, ante todo, la ciudad alegre, la ciudad musical, por excelencia. Lo primero que el viajero percibe, al aproximarse a Santa Cruz, junto con las altas y macizas torres de la catedral, son los acordes de una banda de música que celebran un cumpleaños, un examen o cualquier otro acontecimiento social o particular”.

“La música es el alma de ese pueblo. Por eso es que con música celebra las alegrías del hogar, con música deja a los difuntos en el silencio del cementerio, con música rinde culto a sus santos y a las glorias de la patria, y en música los políticos ahogan el rumor de sus disputas electorales. Los que van de otros climas se enamoran de esa ciudad, que atrae, sin ser refinada; que interesa, sin ser artística; y que domina, sin poseer otra fuerza que la molicie de su existencia”.

Estamos próximos a celebrar el bicentenario del país, tendríamos que preguntarnos cómo queremos ver a Santa Cruz de la Sierra el 2025, y qué estamos haciendo para que esa visión se haga realidad.

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