Opinión

¿Qué sociedad estamos construyendo?

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4 de marzo de 2018, 4:00 AM
4 de marzo de 2018, 4:00 AM

Hace ya un par de décadas, sicólogos y sociólogos comenzaron a poner en evidencia los graves síntomas de un par de enfermedades mentales que amenazaban convertirse en la nueva peste de la sociedad del siglo XXI: la sicopatía y la sociopatía. Ambas con muchas características en común, como el uso y abuso de la mentira, de la manipulación y de la burla de normas y leyes para obtener fines propios sin ningún freno ético, y sin sentir remordimiento, culpa o pena. Ambas, además, de alcance individual y colectivo. Es decir, ya no se trataría de males que afectan solo al individuo, sino de enfermedades que atacan a un cuerpo social en su conjunto, a la sociedad misma. 

Varios hechos registrados la semana pasada me llevaron a recuperar algunas de esas viejas lecturas, para cotejar lo que entonces preveían los estudiosos del comportamiento humano, con lo que está ocurriendo hoy. Lamentablemente, lo visto ahora les da la razón a quienes se anticiparon a decir que estábamos rumbo a “una sociedad sicopática” o a otra formada cada vez más por sociópatas, que por personas civilizadas. O a una en la que se mezclan ambas y actúan a la vez. Una mezcla explosiva de dos patologías que solo se diferencian en el punto de partida: “investigadores de sicología en general creen que los sicópatas tienden a nacer con esta característica –es decir, que es una predisposición genética-, mientras que los sociópatas se generan debido a su entorno”.

Los casos más comentados y criticados son los que tienen que ver con los gobernantes de turno que suelen mentir, manipular y transgredir leyes con total descaro, y sin sentir nada de remordimiento por el daño que esas prácticas ocasionan a los millones de ciudadanos que dicen representar. La burla y violencia gubernamental contra los indígenas del Tipnis es uno de muchos ejemplos, como también lo es el desamparo al que la Alcaldía condena a cientos de vecinos víctimas de accidentes por obras municipales mal ejecutadas o mal señalizadas. O el caso reciente de la Gobernación de Oruro, que poco o nada ha hecho en memoria de las 12 personas muertas y más de 60 heridos en dos explosiones en Carnaval. Cada nivel de gobierno tiene su propia carga nefasta de sicópatas y sociópatas.

Pero el mapa del horror no termina ahí. En la sociedad civil hay cada vez mayor cantidad de ejemplos, y más horrendos, como el de la joven madre que sometía a su hija de 8 años a violencia sexual, en complicidad con el pedófilo de su pareja, padrastro de la niña. No les bastaba el abuso físico. Lo reproducían hasta el infinito a través de filmaciones, dando muestras de total falta de arrepentimiento. Lamentablemente, no es un caso aislado. Una larga lista de crímenes similares permiten incorporarlo como parte del grave mal mental  que está tomando cuenta de nuestra sociedad: sicópatas, sin duda alguna.

También hay otros casos menos violentos, pero no por eso menos graves o preocupantes. Uno reciente es el protagonizado por tres jóvenes de estrato social medio-alto. Ladrones por ‘diversión’, según se deduce de los primeros datos oficiales. El caso se agrava por los antecedentes de estos jóvenes, uno de ellos protagonista de un grave hecho delictivo en y fuera del colegio privado en el que estudiaba la secundaria, y los tres por varios robos descubiertos al azar. Y no solo eso: es más grave aún por el rol que jugaron algunos de sus progenitores, apañándolos en los delitos. Tampoco es caso aislado. Se añade a otra larga lista de casos similares, en los que el denominador común es la permisividad familiar y la impunidad favorecida por policías, fiscales y jueces que incumplen sus roles, al igual que gran parte de la sociedad que no pocas veces alaba y premia sus ‘destrezas’. Es el camino hacia una sociedad tomada por sociópatas, cuando no por sicópatas.

Este sí que es un problema mayor. Esta sí que es un grave amenaza, para todos. Qué pena que muchos aún no lo vean así. Qué pena que haya todavía quienes piensan que el gran mal está lejos, arriba, al frente, fuera de su propia circunferencia. Qué pena que se resistan a enfrentar esta grave enfermedad, por miedo a cambiar de paradigmas. Es posible hacerlo con éxito. Una buena y simple receta la viene dando hace años Bernardo Toro: la ética del cuidado. “O cuidamos, o perecemos”, dice él. Y para cuidar, hay que amar. Exactamente lo que nunca podrán hacer sicópatas y sociópatas. ¿De qué lado está usted?

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