Opinión

Que nazca donde le toque

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14 de febrero de 2019, 4:00 AM
14 de febrero de 2019, 4:00 AM

En los últimos años, estamos sumidos en una bruma política. Hemos pasado del dominio de los partidos de las décadas ochenta y noventa, a la presencia contundente de los movimientos sociales en el campo político de principios de siglo. Esta presencia transformadora ha sido trastocada por su fuerte imbricación con el poder, perdiendo capacidad crítica, contrahegemónica y auténticamente movilizadora. El escenario de participación política transita hoy por los “no lugares” -diría Marc Augé-, aquellos sitios impersonales, abiertos y efímeros que no se caracterizan por la clásica capacidad organizativa de reunirse o actuar de manera sostenida, pero crecen y se multiplican frente a un momento político marcado por la decadencia del modelo del “gobierno de los movimientos sociales” y la ineficiencia de los partidos para recuperar su protagonismo.

La vida cotidiana ha inundado los “no lugares” de la política mediante una multiplicidad de discursos que son capaces de movilizar a la sociedad de manera dispersa. En general no se plantea el tema del poder ni su articulación detrás de liderazgos específicos como tradicionalmente sucede en el mundo de la política; no obstante, existen movilizaciones callejeras, activismo, protesta e interacción en red. La expansión de las redes sociales ha inaugurado una nueva forma de hacer política con características totalmente distintas a las anteriores, pero dialogando y conviviendo con ellas.

Los temas que se instalan en las redes sociales refuerzan, en unos casos, las demandas de las organizaciones, instituciones o gremios existentes, en otros a los líderes políticos, o, finalmente, responden a los problemas cotidianos de la gente, como la mala calidad de los servicios básicos, el rechazo a políticas públicas, la indignación por la corrupción y la creciente violencia de género, la defensa de los árboles y los animales, la falta de apoyo a la cultura, en fin, una lista interminable de agendas diversas que llaman la atención de públicos selectivos impulsándolos a las calles, a poner un like, un comentario, a compartir una noticia o, finalmente, a generar ocasionales y airados debates ¿Quiénes son estos nuevos activistas “fragmentados” que hacen política desde los “no lugares” y cuyo común denominador es el malestar?

Los llamaremos ciudadanos y ciudadanas. Esta categoría no ha ocupado un lugar central en la discusión sobre la democracia boliviana, porque la política los ha invisibilizado, solo aparecen en el escenario en momentos electorales. Es más, el ciudadano ha sido despreciado sobre todo por la izquierda debido a su asociación conceptual con el liberalismo y el republicanismo, y, por tanto, con el ejercicio formal de la democracia y el neoliberalismo. No obstante, el actual momento político nos obliga a revisar el concepto y reposicionarlo en la política, pues la otra cara de la ciudadanía es su potencia activa desde la disparidad y pluralidad de sentidos e intereses.

El ciudadano no es un derecho escrito en letra muerta en la Constitución, no es un dato electoral, una cifra en las encuestas de opinión y menos un miembro anónimo de la menospreciada clase media, la ciudadanía la compartimos todos; y hoy, ante un escenario de ausencias, incertidumbres e indefiniciones, constituye un sujeto político que actúa, opina, se moviliza, construye y deconstruye identidades, teje relaciones e interacciones, se autoconvoca y se moviliza, adopta nuevas formas de agregación social y activismo político.

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