Opinión

Que el cuidado llegue antes que el fuego

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15 de septiembre de 2019, 4:00 AM
15 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Estamos cansados de oír decir que no hay nada mejor que la prevención para evitar males que pueden ser fatales, ya sea que lleguen como epidemias o como desastres naturales. Pero ocurre lo de siempre: oímos, pero no escuchamos, menos aún asimilamos consejos o advertencias que nos permitan prever y evitar daños que llegan a ser irreversibles. Pasa a diario en la casa, en la escuela, en el trabajo y, cómo no, en ámbitos mayores como en el barrio, la ciudad, el país.

La comodidad, la apatía, el egoísmo, la ignorancia o simplemente la ausencia total de empatía con quienes y con lo que nos rodea nos va alejando cada vez más del ideal de prevenir para evitar males mayores. Males de los que acabamos siendo víctimas todos, aunque la realidad inmediata apunta más a unos que otros.

El desastre ambiental que desde hace al menos un par de meses provoca estragos en la Chiquitania es un doloroso ejemplo de lo dicho. Nada de todo lo que está sucediendo allí es casual.

La destrucción de más de dos millones de hectáreas de bosques, pastizales y un conjunto precioso de ecosistemas únicos en el planeta no es resultado apenas de un par de meses de incendios forestales, gran parte de ellos provocados criminalmente por seres que tienen poco de humano. Es resultado de una sumatoria de acciones y de omisiones no menos criminales que esos, cuyas autorías o responsabilidades dan para llenar varios cuadernillos con el detalle de nombre y apellidos de los autores intelectuales y materiales de las mismas. Las listas las encabezan las autoridades locales, principales custodios de la riqueza natural y cultural de cada pueblo chiquitano.

Muchas de esas autoridades públicas han cedido a la tentación del poder y del dinero fácil a cambio de favores que han cubierto aprobando disposiciones contrarias a la defensa del patrimonio de sus pueblos, o simplemente haciendo la vista gorda frente a los abusos en la posesión y la explotación de la tierra y de sus recursos, por parte de grandes, medianos y pequeños agricultores, ganaderos y mineros. Nacionales y extranjeros, vale decir. A la lista se suman autoridades de los niveles de gobierno departamental y nacional, que llegaron a sobrepasar límites como lo vimos en las décadas setenta y ochenta, al ceder espacios al narcotráfico para que opere en la zona. Unos límites que trataron de ser repuestos a mediados de los 80, tras la tragedia de Huanchaca, pero que han vuelto a ser ultrapasados en la última década, como lo advierten ya moradores cercanos a los parques nacionales y reservas naturales del área chiquitana.

La lista también incluye a gran parte de los antiguos moradores de esa espectacular zona chiquitana, apáticos frente a la presión sobre la tierra que ya se sentía con mucha fuerza a finales del siglo XX y que tomó un impulso descomunal con la llegada del MAS al poder, que vio en la Chiquitania el principal objetivo en su estrategia geopolítica de dominación cultural del oriente boliviano. Una apatía y pecado de omisión de los que no se libran las élites intelectuales, políticas y económicas de la capital del departamento, que solo ahora parecen haber descubierto el tesoro intangible y en gran medida no renovable que tiene Santa Cruz en su Chiquitania. Salvo honrosas excepciones, por supuesto, entre las que no puedo dejar de destacar a una elite cultural que ayudó a rescatar el Patrimonio Histórico de las Misiones Jesuíticas, con su arte, su música, su literatura y sus modos de vida.

Subrayo: salvo honrosas excepciones, que son las que han permitido mantener viva la cultura chiquitana y de pie todas sus riquezas naturales durante más de tres siglos, la mayoría de la larga lista de representantes de Chiquitos y de la cruceñidad pecaron por obra u omisión en el cuidado del patrimonio cultural y natural de la Chiquitania. Un olvido bien aprovechado por la cúpula que gobierna Bolivia, que no ha dudado en atizar el fuego –y sigue haciéndolo- a sabiendas de que no había prevención, a pesar de que estábamos todos ya prevenidos. Contradictorio, pero real. Por eso seguimos como los bomberos hoy que combaten los incendios en Chiquitos: corriendo atrás del fuego.

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