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20 de noviembre de 2018, 4:00 AM
20 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Las convenciones para gamers (jugadores), creativos y productores son masivas y constituyen un espectáculo en sí mismo. ¿Dónde los jugarán? En consolas, tablets, computadoras y, sobre todo, en los teléfonos celulares. Nadie quiere quedarse fuera del negocio. Google está trabajando en Proyect Stream. La idea es ofrecer un servicio de acceso a videojuegos, tal como ocurre en el consumo de música o películas en streaming en plataformas al estilo Spotify o Netflix.

En su libro Nueva ilustración radical, la filósofa española Marina Garcés dice que la fascinación por el apocalipsis domina la escena política, estética y científica. “Nuestro tiempo es el tiempo del todo se acaba”. Hemos pasado de la condición posmoderna a la condición póstuma. El sentido del después ha mutado: del después de la modernidad al después sin después. Lo que es restallante es saber que, aunque estamos vivos, aceptamos un escenario post mortem.

Una de las mayores preocupaciones que aparece en los espacios de investigación con padres y docentes se relaciona con los videojuegos. La mayoría son violentos. Adormecen y embrutecen a usuarios convertidos en robots esclavos. Muy lejos quedó la sensación de libertad y placer adolescente cuando nos solazábamos con amigos, con un libro en la mano, a la vera de un riachuelo, bajo un frondoso cupesí.

¿Qué incidencia tiene sobre el lenguaje este torrente cibernético que oprime las relaciones humanas? Vivimos en un espejismo diabólico y salvaje, sin mirarnos a la cara, sin respetar reglas de gramática, sintaxis y ortografía, incluso de cortesía, poniendo en duda la sociabilidad como patrón de vida. Vivimos atormentados y adormecidos, casi narcotizados, ignorando el valor de la palabra y del lenguaje. “Tenemos que aprender a asimilar el golpe brutal que asesta la era digital. Hay que salir de este marasmo y reposicionar la importancia vital del diálogo, de la autocrítica, del coloquio y de la concertación”, ha dicho el escritor español Fernando Savater.

Cuando Gabriel García Márquez, hace un decenio, propuso abolir las haches y las tildes, dejó expresa constancia de que “no por romper el termómetro bajará la temperatura”. Añadió premonitoriamente: “Hay que vencer la virtualidad con fórmulas humanistas. No permitamos que la magia del lenguaje se doblegue y se contamine por los gritos agoreros de la irracionalidad”. Felizmente, el hombre es un animal de buenas costumbres.

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