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19 de marzo de 2019, 4:00 AM
19 de marzo de 2019, 4:00 AM

Uno de los más importantes objetivos de la institucionalidad empresarial es la preservación de la unidad, entendida como la coincidencia activa de nuestras acciones y decisiones, para fortalecer los principios, valores y metas corporativas, incluso si debemos postergar las individuales, en aras del bien común.

Este objetivo no implica de ningún modo, la verticalidad o la imposición, sino que se basa en el respeto a la pluralidad, el diálogo y el consenso, instrumentos que hemos mantenido como prioritarios y que, lejos de ser una barrera, se constituyen en una oportunidad que contribuye a la definición de una posición institucional, rica en matices, en alternativas, en soluciones, pero contundente a la hora de sustentarse en cualquier circunstancia.

La unidad, que en el caso de las entidades empresariales afiliadas a la CEPB, se ratificó en el Congreso Empresarial del pasado año, nos ha permitido mantener posiciones firmes y conjuntas para demandar que se ajusten decisiones que afectan al sector o, en su caso, para que tomemos otras medidas en el ámbito jurídico, por ejemplo sobre la Ley de Empresas Sociales y el diálogo tripartito. Pero también, nos ha orientado en la búsqueda de diálogo y coordinación con las autoridades de gobierno, lo que ha generado resultados importantes, cuyos efectos los veremos en el corto y mediano plazo.

La unidad significa también la capacidad de avanzar en nuestros objetivos, de manera conjunta, mirando siempre al frente, pero también cuidando que nadie se quede rezagado o marginado. Este principio, que como dirigencia empresarial hemos mantenido siempre, no significa solidaridad, sino justicia, entendiendo que las grandes inequidades entre departamentos o sectores, no tienen que ver con nuestras capacidades ni voluntades, sino con los modelos de desarrollo implementados en Bolivia, que nunca priorizaron el crecimiento armónico y equilibrado entre regiones y que, además, impulsaron la concentración de inversiones, infraestructura y mercados en el eje central, impidiendo el desarrollo de las potencialidades dormidas, en otros departamentos.

Pero estas inequidades no se solucionan con la falsa equivalencia, que propone alternar la dirigencia de nuestro sector según el origen de los representantes. Nada más alejado de la realidad y nada más retrógrado que pretender orientar las decisiones por una especie de ‘pasanaku’ institucional, especialmente si tomamos en cuenta que hace muchos años, las empresas han trascendido los límites territoriales, y que además la propia naturaleza de nuestras actividades nos lleva a buscar nuevos espacios para expandirnos.

Decenas de entidades empresariales líderes en el oriente, tienen sus sedes y orígenes en La Paz; industrias que dan trabajo y desarrollo en el occidente, han crecido desde Santa Cruz o Cochabamba; muchos emprendimientos industriales agrícolas que se expanden en todo el país, se impulsan desde el sur. Por otro lado, las empresas más exitosas están compuestas por capitales diversos, donde el criterio territorial nunca fue una variable de análisis.

Hoy tenemos una nueva directiva empresarial nacional, liderada por Luis Fernando Barbery, un industrial comprometido con el sector, que fue elegido en el marco de esta unidad, por la gran mayoría de las entidades afiliadas, y cuyo directorio representa, tanto la composición plural del sector privado, como los objetivos y valores comunes. Uno de los ejes de su programa, es precisamente sostener e impulsar la unidad, que hoy más que nunca es un imperativo y una prioridad para todos.

El trabajo conjunto y articulado de los empresarios, será la única forma para enfrentar los desafíos y peligros que vienen de afuera; y si estamos separados y debatiendo sobre intrascendencias como nuestro origen o domicilio, encontrarán una institucionalidad débil y vulnerable a la que se puede seguir relegando y sometiendo.

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