Opinión

Perro del hortelano

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9 de noviembre de 2017, 4:00 AM
9 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Resultó un éxito la telenovela del Banco Unión. Cada día un nuevo capítulo y cada día nuevas expectativas. Todo empezó con un robo inconmensurable en la sucursal de un pueblito que no mueve tanto dinero, pero que por algún misterioso motivo ahí estaba escondido esperando al ladrón. Un asalto por capítulos, un robo por etapas, que nadie descubría por mucho que se alargaba la serie. Nadie se dio por enterado a pesar de los esfuerzos del ladrón por mostrarse. No disimuló ni por un instante. Misteriosos personajes llevan y traen misteriosas bolsas a horas de misterio, registradas con tinta invisible y guardadas en cajas de caudales que más parecían sombreros de copa. Harry Potter quedó pequeño.

Lo interesante es que todo sucede precisamente cuando el país soporta el Gobierno más controlador de la historia. La novela se desarrolla al lado de una ASFI que se mete en todo, que lo escudriña todo, lo hurga todo y legisla a cada momento. Se entromete hasta en la publicidad de cada uno de los bancos. Sin embargo, la oficina supercontroladora nunca se ocupó de contemplar el funcionamiento del banco asaltado, el más urgido de control y de enmienda. No se le ocurrió o no quiso. A lo mejor, estaba escrito en el manual de uso. ¿Por ser estatal, se supone que sus funcionarios son honrados e intachables? ¿O algún poderoso ordenó que nadie se entere? ¿O el Banco Unión tiene permiso para matar? El banco del pueblo gasta en cada partida el doble que cualquiera de los demás bancos, pero ni por esas quisieron darle un vistazo.

Ni la ASFI ni los 1.000 controles plurinacionales buscan un funcionamiento suave, sano, normal de las reparticiones del Estado. Su misión no parece que sea mejorar ni controlar, sino hacer la vida imposible a las instancias de la economía privada, ajenas al Gobierno. Algo así como un verdugo ambulante que no espera en el patíbulo que lleguen los condenados a muerte. Él sale a buscar a los que deben morir porque le caen mal al jefe.

Como el Ministerio de Educación. Tampoco descansa un minuto. Vigila cada movimiento de los colegios y universidades privadas. Acosa y sobreacosa. Les exige más de lo que dice la ley y se desespera porque los cuerudos no mueren. Pero es incapaz de encontrar un error en el desquiciado paisaje de los colegios y escuelas del Estado. Ahí pueden faltar profesores para varias asignaturas. No desarrollan ni una de las capacidades de sus alumnos. Pueden dedicarse a la antigua a dictar todo el día. Pueden atrofiar las inteligencias. Como la ASFI, el ministerio espía y castiga a los que funcionan y deja en paz a los que necesitan con urgencia que los despierten y que les exijan. Acosa a los que odia, pero no le importa la calidad educativa de sus amigos, aunque merezcan la cárcel por lesa patria.

Es la mezquindad que no soporta el éxito ajeno. Pisotean cada logro, cada avance de los que hacen algo, pero no dicen nada de la tormenta de mediocridad y de delincuencia de los suyos.

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