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Periodismo, de Morales a Trump

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19 de agosto de 2018, 5:00 AM
19 de agosto de 2018, 5:00 AM

El jueves pasado, más de 300 diarios estadounidenses publicaron sendos editoriales con críticas al presidente Trump por sus continuos ataques a la prensa y con reivindicaciones en defensa de la libertad de expresión. La extraordinaria iniciativa surgió del diario The Boston Globe, que encabezó su editorial diciendo: “Hoy en Estados Unidos tenemos un presidente que ha creado un mantra de que los miembros de los medios que no apoyan flagrantemente las políticas de la actual administración estadounidense son el enemigo del pueblo”. Cámbiele Estados Unidos por Bolivia y administración estadounidense por boliviana, y comprobará cuán parecidos son Trump y Morales, pese a ser tan distintos.

No es el primero ni el único ejemplo de similitudes que surge entre esos dos mandatarios que, a primera vista, parecen tan opuestos. El lenguaje y el comportamiento misóginos, la violencia verbal gratuita contra quienes les critican o disienten de ellos, así como el gusto por las excentricidades personales suman ejemplos a una lista en la que, sin duda, la ira hacia la prensa figura entre lo que más les asemeja.

Esa furia tiene un propósito común: desacreditar cuanto puedan el ejercicio del periodismo libre, para zafarse del control ya no solo de la prensa, sino de la ciudadanía que es a la que acuden para ganar votos. Y con ello, tener vía libre para el uso y abuso de las prerrogativas que les concede el poder.

Los ataques al periodismo desde las voces presidenciales tienen, además, consecuencias inmediatas y peligrosas en la rutina diaria de los trabajadores de la prensa. Van más allá de apenas restarle peso a las informaciones sobre desaciertos e irregularidades vistas en la actuación de los gobernantes.

Son ataques verbales que, repetidos sin cesar, alimentan reacciones violentas de los adeptos de esos gobernantes y, también, de otros que aun no estando en la palestra política, dañan con sus acciones a terceros y no soportan verse al descubierto en las coberturas informativas. En esta lista figuran criminales de toda laya, desde los llamados “de cuello blanco”, hasta los del hampa o crimen organizado.

Un ejemplo reciente es lo sucedido el pasado 9 de agosto en La Paz, en la inauguración del edificio millonario construido por el Gobierno para reemplazar al Palacio Quemado. Al menos cuatro compañeras periodistas denunciaron violencia de militares y militantes del MAS cuando trataban de cubrir el acto, llegando al extremo de acoso sexual en contra de una de ellas. Sin poder defenderse, fue manoseada en sus partes íntimas por un grupo de emponchados que reían mientras la agredían. Eso, en puertas del flamante edificio y en el acto presidido por Morales.

No es el primer caso. Otros ya fueron denunciados antes y no solo en La Paz. Turbas adeptas al gobierno municipal de la capital cruceña han actuado de igual forma frente a periodistas y activistas ambientales.

Las agresiones a la prensa han dejado de ser apenas gajes del oficio para convertirse hoy en una verdadera amenaza contra el ejercicio libre del periodismo, la libertad de prensa y más aun, contra la libertad de expresión, un derecho ciudadano universal y no apenas un derecho de un sector exclusivo.

Preocupa que sea así, y preocupa más lo visto en Bolivia, antes que en Estados Unidos. Allá queda claro que pese a todos los ataques de Trump, hay una consciencia de clase sólida que le permite a la prensa frenar los excesos oficiales y, también, el respaldo de una institucionalidad democrática dispuesta a hacer lo mismo.

Ya acá, carecemos de ambas. Ni conciencia de clase, ni solidez en instituciones llamadas por ley a frenar los abusos de poder y a garantizar derechos y libertades democráticas.

Un panorama preocupante, sobre todo de cara a un 2019 electoral, que se anticipa difícil.

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