Opinión

Pacto militar - cocalero

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17 de diciembre de 2017, 21:01 PM
17 de diciembre de 2017, 21:01 PM

La coca domina la economía boliviana desde antes de que fueran separados sus elementos, entre los cuales está la diosa blanca, en 1861.

La guerra civil, que decidió llevar la sede del Gobierno de Sucre a La Paz, en 1898, trasladó el Gobierno desde una ciudad vinculada al poder de la plata hasta una ciudad vinculada, dice la historia formal, al poder del estaño, pero en realidad más vinculada al poder de la coca. Alcides d’Orbigny había dicho mucho antes que la mayor riqueza de La Paz era la coca.

Y desde hace 12 años la diosa blanca ha sacado de la galera una nueva región con ambiciones hegemónicas, el Chapare, en Cochabamba, que aportó con un caudillo tan ambicioso como i-nescrupuloso. Si en la época de la minería eran los grandes barones del estaño quienes dominaban el país, ahora son otros barones que no se muestran abiertamente, pero que expanden su dominio por todo el territorio, comenzando por Santa Cruz, en nombre de una nueva estrella de la economía boliviana.
El poder político boliviano que había migrado de Sucre a La Paz, ahora está migrando hacia las tierras próximas a la capital de la nueva sede de la diosa blanca.

El kilómetro cero de las carreteras del país está formalmente en la ahora inexpugnable plaza Murillo de La Paz, una especie de ciudad prohibida de la dinastía masista, pero prácticamente está fijada en Chimoré, sede del nuevo poder económico y político.

Por esa capital pasan carreteras, aviones de todas las marcas y con todas las cargas que se puede imaginar, y pasarán el ferrocarril bioceánico que se ha propuesto construir el caudillo de Chapare.
Antes de partir a Europa, el presidente Evo Morales cambió todo el alto mando militar y recibió del nuevo comandante de las FFAA una expresión de lealtad y sumisión que nadie había recibido jamás en la historia del país. Dijo el nuevo comandante que los militares estaban con la re-re-re, con el “proceso de cambio” y con la reelección indefinida.

René Barrientos, en 1966, no había llegado a tanto. Solo llegó a suscribir el pacto militar-campesino, porque, además, él hablaba quechua. Este nuevo pacto se parece a los que firmaban los militares con los barones del estaño. Estos son otros barones, innombrables barones.

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