El Deber logo
16 de diciembre de 2018, 4:00 AM
16 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Las huellas se hicieron profusas en el desolado camino que yace en las pupilas del peregrino. Hay un fin sin contar en el tramo agreste donde los recuerdos se retuercen y vomitan imágenes lánguidas de un pasado nunca encontrado. La gota de sudor cae lentamente y rebota espolvoreada por caricias que tratan de dibujar algo; el tiempo se detiene… la gota de sudor se agranda, se hace gigante, ante el desolado camino cuya refractaria imagen se distorsiona, todo se agiganta.

El ruido de la tormenta descuartiza irreverente el momento; la cansada mirada se fija en la montaña que aguarda el transitar de sus sandalias agredidas furiosamente por el tiempo y cuyas grietas aprisionan caminos que aguardan el momento de salir y liberar recuerdos, imágenes, olores…

Hay una metamorfosis aguardando. El peregrino levanta una vara forjada en un tiempo eterno, que aguardaba su momento. La montaña se hace cada vez más grande. Parece removerse a ratos y gruñir un murmullo tectónico, sórdido. Es un monstruo arcaico que lo ve todo. Sus picos cual garras descomunales, desgarran ocasos que mueren inexorablemente cada día. Súbitamente la montaña se abre y resquebraja, produciendo un estruendo apocalíptico. Del vientre magmático emergen formas pétreas gigantes que despiertan de un milenario sueño; salen y se apoderan de un tiempo que no es el suyo. Lentamente, formas titánicas y fantasmagóricas se mueven en busca de quien los despertó...

El naturalista se despierta sudoroso y sobresaltado de la pesadilla, y siente el vaivén del barco, se levanta y sale de su camarote presuroso a ver si todo está bien con sus colectas. Revisa ansioso caja por caja, frasco por frasco. El candelabro que lucha por no extinguirse delata un escenario que a ojos comunes puede parecer tétrico, pero que a ojos de naturalista equivalen a un depósito de tesoros piratas nobles y que provienen de las entrañas mismas de selvas inexploradas, islas indómitas, montañas desiertas, laderas frías y cavernas profundas. De ahí, provienen especímenes de mamíferos y aves disecadas, cráneos de distinta forma y tamaño, huesos fósiles, muestras de rocas, arañas, insectos, anfibios y reptiles en frascos, muestras de plantas, en fin, evidencias de una historia que la naturaleza pretende contar; es, en la práctica, un vómito intelectual contenido por millones de años.

El sueño se va, y aprovecha para revisar sus notas y etiquetar muestras que quedaron pendientes de procesar. Sus ojos absortos en el dorso metálico de un escarabajo, lo transportan a su niñez inquieta y curiosa en Shrewsbury, Inglaterra, 1817.

No es muy diferente ahora, simplemente que es 1836 tiene unos 27 años de edad, está concluyendo una expedición de cinco años por el mundo y ha coleccionado un material natural que le llevará más de 20 años organizar, analizar y vincular. Luego publicará un libro que detonará unos cuantos kilotones que horadarán una ventana gigantesca en beneficio del pensamiento humano y cuyo temblor sigue activo hoy, el título: El origen de las especies.

Tags