Opinión

Nos creemos dueños de la verdad

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20 de enero de 2019, 4:00 AM
20 de enero de 2019, 4:00 AM

Juzgar todo por las redes sociales se ha tornado en una práctica habitual y temeraria. El impacto que causa ante determinados casos es algo que debería ser analizado y reflexionado.

Los miembros de la sociedad nos hemos convertido en jueces morales, en verdugos sin compasión, tribu de escarnecedores que por el simple hecho de estar detrás del teclado de un teléfono o un ordenador tiene el derecho de opinar lo que dé la gana sin miramiento alguno.

Umberto Eco criticó duramente este fenómeno y manifestó que las redes sociales han promovido que “el tonto del pueblo sea el portador de la verdad” y le han dado derecho de hablar a “legiones de idiotas” confundiendo libertad de expresión con libertinaje.

Nos hemos vuelto insensibles al dolor ajeno, no sabemos ni de qué se trata pero ahí estamos para apoyar una postura u otra, o simplemente para agredir e insultar de acuerdo a nuestro estado de ánimo; el sentido crítico y la responsabilidad se han perdido totalmente.

Es algo sintomático, empiezan las condenas morales o se pide la cabeza de los involucrados y las teorías se nutren de las mismas especulaciones que surgen a medida que los comentarios aumentan desacreditando o aconsejando como expertos.

Un aspecto que me llevó mucho a reflexionar sobre esta temática fue una situación complicada que nos tocó afrontar con mi familia. Un señor, en la puerta de un colegio, maltrató a un adulto mayor, lo filmaron y esa noticia se viralizó en cuestión de minutos; alguien de manera irresponsable manifestó que el agresor era mi esposo por algunas similitudes en su apariencia y ahí empezó una guerra mediática sin clemencia: críticas, insultos y amenazas que terminaron afectando hasta a mis hijos; actuaciones que rayaban en lo delictivo.

La página en la que se publicó el video pertenecía a un periodista y se pidió que enviara una aclaración al respecto; sin embargo, el daño moral y sicológico estaba consumado.

Hace poco tiempo un niño murió de una manera trágica y, sin importar el dolor de la familia, en todas las redes sociales se empezaron a especular muchas versiones como si se hubiera estado en el lugar de los hechos, se tejieron historias que conmocionaron a la población y empezó a salir esa doble moral de cuanta boca tiene lengua, como si fuéramos dignos de tirar la primera piedra y, lo peor aún, sin ningún argumento, prueba ni ciencia cierta.

Se emiten sentencias y se resuelven casos. Una cosa es condenar el hecho, si se comprueba que existió. Otra completamente distinta es juzgar mientras se desarrolla una investigación.

La temática es muy compleja. Debemos analizar desde qué lugar tomamos la decisión de participar y dejar de pensar que somos dueños de la verdad.

Todos tenemos derecho a opinar y expresarnos, pero comprendamos las consecuencias y la magnitud de lo que decimos. ¿Qué pasaría si nos toca estar al otro lado de la historia? ¿Cómo nos sentiríamos que nos juzguen sin razón?

“Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. ¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Déjame sacarte la astilla del ojo’, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano”. ( Mateo 7: 2-4)

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