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28 de diciembre de 2018, 4:00 AM
28 de diciembre de 2018, 4:00 AM

La temporada navideña incrementa la muchedumbre de mendigos que inundan las calles de nuestras ciudades. De tanto ver, la mirada se vuelve contemplativa y la mendicidad y la presencia de personas en situación de calle aparecen como un drama connatural o como parte del paisaje desgarrador de países como el nuestro, en el que las ironías de un mundo desigual han casi dirigido a destinos cataclísmicos. Nunca había visto, como en este último diciembre, tan espantosa evidencia, aterradora e inhumana, de una pobreza tan compacta, inmensa y ambulante.

La mendicidad tiene color, rara vez es blanca, casi siempre es negroide o está impregnada de los tonos agrestemente oscuros que tienen la tez árida del indígena. Es geográfica y demográficamente identificable, proviene casi siempre de los yermos secos y áridos del norte de Potosí, que la expulsa convirtiéndola en pordioseras urbanas que engrosan el ejército de niños y adultas ayoreas; niñas, niños y adolescentes que han roto sus vínculos familiares o están en riesgo de perderlos; adultos mayores carentes de apoyo familiar; personas con discapacidad; enfermos mentales; adictos al alcohol y otras drogas, hasta víctimas de violencia sexual comercial y de otras formas de trata y tráfico humano.

El ejército de mendigos ha crecido; aunque las cifras oficiales se nieguen a admitirlo, crece continuamente, brota, se expande y extiende como una mancha de aceite. Esta expresión de la pobreza, victoriosa y trágica en su resistencia, rechaza todo esfuerzo de disimulo; es ostentosa, desafía con su sinceridad desnuda a las recatadas hipocresías que quisieran ocultarla piadosamente, constituyéndose en un fenómeno complejo de abordar por su naturaleza multifacética y multicausal que abarcan desde factores socioculturales, problemas de violencia y desestructuración familiar, falta de acceso a servicios, ausencia de políticas públicas hasta redes de tratantes.

Con base en estas consideraciones, hace un par de años entregué en mano propia al presidente del Estado Plurinacional una propuesta de un ‘pacto nacional por la dignidad e inclusión social’. Hoy pongo a consideración de los candidatos a la Presidencia esta propuesta, cuyo propósito es convertir en un par de años a Bolivia en un país libre de mendicidad y de personas en situación de calle, fruto de la aplicación de estrategias diferenciadas que respondan a la diversidad de segmentos poblacionales, como migrantes itinerantes, que requiere de inversiones en su lugar de origen; indígenas urbanos, como las y los ayoreos y sus familias; niñas, niños y adolescentes expulsados de sus hogares por la violencia; personas con discapacidad; adultos mayores carentes de apoyo familiar o personas con diversas adicciones que, se estima, suman no más de diez mil personas en Bolivia.

Apostar por una Bolivia sin mendicidad, sin exclusión, con igualdad de oportunidades económicas, sociales y políticas, debe comprometer en un amplio ‘pacto por la dignidad e inclusión social’ a todos los niveles de gobierno y a las organizaciones de la sociedad civil, que básicamente se ocupan hoy en día de paliar la situación de las personas en situación de calle o mendicidad y, por ello, su rol es clave aportando con su conocimiento, experiencia y vocación de servicio, que junto a la disposición de los servicios públicos y la inversión de los gobiernos logremos no solo la recuperación de una vida digna para la población excluida, sino la sostenibilidad de la misma con la institucionalización de una política pública permanente expresada en una ley nacional de erradicación de la mendicidad y de personas en situación de calle y de prohibición de la misma a partir de la puesta en marcha del plan.

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