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11 de diciembre de 2018, 4:00 AM
11 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Todas las crónicas y publicaciones reflejan que, durante un siglo y medio, guaraníes y jesuitas en la zona del Paraguay y en 90 años chiquitanos y jesuitas en el territorio de Moxos y Chiquitos coincidieron en un escenario poblado por los signos del cristianismo, con formas religiosas heterodoxas y trabajo colectivo ritualizado entre la solidaridad, la responsabilidad compartida y la cultura. “Artes visuales y música formaban parte de ese mosaico cuyo poderoso influjo simbólico guiaba a los pueblos; convertidos en el más activo centro de trabajo artístico al sur de América, los talleres misionales dieron a luz interpretaciones singulares del arte europeo: espejos de un sincretismo acaso único.”

Una variante que propongo para interpretar Chiquitos es superar la categoría del sincretismo, por la apropiación. El sincretismo como “tendencia a conjuntar y armonizar corrientes de pensamiento o ideas opuestas” y que tiene desde el punto de vista de la imposición una variante de resistencia (obedezco para no ser castigado), en nuestras tierras adquirió el carácter de la propiedad y la adecuación a un modo de vida con personalidad propia. Ya hemos visto la ausencia absoluta de violencia en las relaciones entre monjes y originarios, y la manera con la que han llegado hasta ahora, comprobamos el acto de empoderamiento que realizaron los Chiquitanos de un modo cultural que expresa hoy una expresión de la cultura universal que obliga a comprender lo distinto que no encaja en la solución rápida de la leyenda negra.

Desde la leyenda negra no podrían comprenderse algunas características simbólicas y materiales. Por ejemplo, la iglesia de Santa Ana de Velasco fue construida por los Chiquitanos después de la expulsión de los jesuitas y, por ello, sin la guía del arquitecto responsable. Y ahí está en toda su belleza ingenua y testimonial. Tampoco se comprendería cómo se conservaron en esa misma misión por los descendientes de los misionarios, arcones con las más de 3.500 partituras musicales y por más de 200 años, que sirven de marco extraordinario a los Festivales Internacionales de música. ¿Qué explicación material podría darse que los habitantes de San Juan de Chiquitos, en San José hayan conservado una platería exquisita por igual número de años, preservándola en medio de sus propias necesidades cotidianas? Pero sin duda, el valor más relevante está en la condición de cultura viva del que está investido el territorio.

Quien lo recorra hoy con la visión crítica del desarrollo, se encontrará con un espacio en el que compite la música por su interpretación magistral; en medio de la distancia y perdidos en la inmensidad del paisaje, el patrimonio y el paisanaje, como gusta decir al creador de las Escuelas Talleres José María Pérez, Peridis, cada municipio tiene una orquesta de música sinfónica que todos los días, en sus ensayos, ofrece conciertos de música clásica a los vivientes, estantes y visitantes. La maestría se enfrenta a la habilidad del intérprete y a la solfa universal que acerca a los pueblos más allá de su lengua. Ya lo dijo Gabriel García Márquez, la música fue el instrumento que acercó a los humanos luego de haberse pervertido la lengua con el castigo absurdo de la Torre de Babel.

Así lo expresa en una dimensión que no puede ser comparada la Misión guaraya de Urubichá, por ejemplo. De los 7.000 habitantes que posee, más de 2.100 interpretan el violín leyendo las partituras después de haber pasado por la Escuela de Música. El efecto es impresionante, pues más del 25% de la población tienen un instrumento propio y lo interpreta cotidianamente.

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