Opinión

Mandatarios en pie de guerra

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17 de enero de 2018, 4:00 AM
17 de enero de 2018, 4:00 AM

Cuando el vicepresidente menciona la palabra ‘guerra’, se viene a la mente definir de manera precisa la palabra en cuestión, tomando en cuenta el rigor con que se la pronunció.

Inicialmente, para ello se debe cuestionar lo siguiente: ¿cuál es el fin político de esa ‘guerra’ que involucra los planes del mandatario? Cualquiera sea, una guerra involucra confrontación, empleo de medios y un resultado. A nuestro entender, ya se prevé la puesta en marcha de una guerra (contra oponentes al régimen), utilizando para ello la ‘justicia’, grupos de choque y otros órganos de poder para atacar directamente sobre la moral, la economía personal, institucional, los derechos civiles y políticos, con la finalidad de someter a sus adversarios. 

Para determinar la característica de la situación actual, es pertinente aplicar el método de las analogías (entre otros) aludiendo a Venezuela, Cuba y Nicaragua, explicando sus leyes, el tipo de gobierno, el perfil del gobernante, sus objetivos, así como su corriente ideológica para identificar las formas de acción político-militar y sus alianzas con otros Estados de similar tendencia. En Venezuela, al igual que lo que hoy vemos en Bolivia, particularmente en Santa Cruz, se llegó “al crecimiento de una fuerza disconforme grande”, que los opositores venezolanos junto a la sociedad civil no supieron capitalizar, porque luego de alcanzar un sitial de alta legitimidad política, nacional e internacional, pasaron a una fase defensiva ineficiente, “otorgándoles en bandeja la iniciativa estratégica”, cuyo resultado fue la victoria electoral del oficialismo en la mayoría de las gobernaciones, al no prever un rol protagónico bajo un liderazgo claramente definido y permitiendo que el Gobierno de Nicolás Maduro gane espacios de legitimación y que se proyecte a una próxima victoria en los comicios municipales.

El ‘vice’ prácticamente “declaró la guerra” y esta, seguro, “no camina sobre rosas y que (él) descansa peleando”, al mismo tiempo que pidió a los militantes del MAS “convertir la rabia en estrategia”. Ante la presente y real situación político-social es necesario establecer una ‘estrategia de acción’, sin descuidar el concepto de ‘política’, para clarificar el extraordinario orden de ideas que se han presentado y definir procedimientos que se están amontonando a medida que pasan los días. La ‘estrategia’ elige los medios para alcanzar los objetivos fijados por la política. Ganar la guerra nada significa si no se los expresan. 

Ante el incumplimiento del contenido de la CPE y el resultado del 21F, los grupos sociales junto a opositores (los verdaderos) deben adoptar una concepción estratégica que defina las acciones relevantes en los diferentes escenarios de forma constante, sin claudicar, hasta alcanzar sus objetivos; los mismos que se logran mediante un análisis en distintas fases y escenarios, poniendo en evidencia los obstáculos o desventajas y buscar la forma de superarlos, así como determinar la reacción del adversario. Lo importante es tomar en cuenta la fase de la preparación, la ejecución y la explotación, hasta lograr que los mandatarios “entierren su hacha de guerra,” cosa que el actual régimen no piensa hacer por el momento. Esta lucha de largo aliento significa sacrificios muy pesados para la sociedad civil involucrada, algunos la llaman estrategia de ‘lasitud’ o ‘laxitud’, porque es una maniobra progresiva e intensa para doblegar y hacer que el adversario cometa uno o varios errores estratégicos.

“La libertad del hombre es merecida por su inteligencia y su esfuerzo”, caso contrario, la lucha para defenestrar al otro se convertirá en un ‘círculo vicioso’ y eso no beneficia al pueblo en su conjunto; el hombre que no haga el esfuerzo para saber dónde elige ir, continuará siendo un juguete de las fuerzas que manejan el poder y seguirá subyugado sin estar consciente; por lo tanto, no se pretenda buscar ventajas sin objetivos claros ni liderazgo definido. 

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