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14 de junio de 2019, 4:00 AM
14 de junio de 2019, 4:00 AM

Pese a que beber agua de mar es contraproducente, tras un par de días sin líquidos, los náufragos se desesperan y ceden a la tentación, agudizando su sed. Similar situación la sufren hoy los productores de soya, que navegan en un barco a la deriva, construido en base a restricciones a la exportación, prohibición del uso de biotecnología, altas cargas sociales, tipo de cambio artificialmente bajo y una industria asfixiada por cuotas y precios máximos en el mercado local. También enfrentan bajos precios internacionales y están varados en medio de un océano de problemas climáticos, formando la tormenta perfecta.

Ante esto, Anapo pide al Gobierno fijar un “precio justo” para la tonelada de soya lo que sería como tomar salmuera para saciar la sed, ya que es la intromisión estatal la que los tiene en tan precaria situación. El concepto de precio justo fue planteado por Tomas Aquino en el Medioevo, afirmando que todo bien tenía un valor intrínseco y que lo justo era pagar dicho valor. Marx desarrolló esa idea y planteó que el precio de los bienes debía ser el valor de los recursos ocupados en su producción. Los economistas modernos creen que las personas valoran los bienes independientemente de los recursos ocupados en su elaboración y que el único precio justo es el que fijan libremente y en común acuerdo compradores y vendedores. Forzar a pagar o recibir, más o menos de lo que se desea, a todas, luces no es muy justo.

Recordemos que los precios en la economía están interconectados y que al fijar alguno arbitrariamente, se distorsionan las señales enviadas al mercado, con consecuencias imprevistas y negativas para el resto de la economía. La fijación de precios no es ni será un salvavidas.

La solución es eliminar las barreras a la exportación, los cupos y los precios máximos en el mercado local, permitir el uso de biotecnología, dejar fluctuar el tipo de cambio, flexibilidad laboral; en fin, dejar operar al mercado libremente y al sector soyero trabajar en paz. Esto permitirá que los productores mejoren sus rendimientos, abran nuevos mercados, inviertan en más tecnología y abaraten costos, e incrementen la producción asegurando la tan mentada seguridad alimenticia. Por eso, los que hoy, producto de su natural desesperación, lanzan el grito al cielo y solicitan la intervención del Gobierno, están pidiendo mal, recordándonos el famoso adagio: “Lo malo, a quien le apetece, justo le parece”.

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